El documental La Fortaleza, de Andrés Felipe Torres Montaguth, que se proyectará en la MIDBO, tuvo su estreno nacional en el Teatro Adolfo Mejía de Cartagena durante el FICCI 2019. Mientras esperábamos que empezara la proyección, el teatro se llenó de música tradicionalmente reservada para la zona sur del estadio Alfonso López de Bucaramanga y no para el espacio bajo el cielo de musas de Enrique Grau. Durante quince minutos un equipo de músicos con metales y bombos (La Banda del Leopardo) llenaron el ambiente de alegría popular con cumbias, vítores y cánticos de la misma forma que lo hacen cuando acompañan a su equipo en la cancha. El telón se levantó, la pantalla blanca recibió el rayo de luz y el tanque de agua del barrio La Cumbre nos ubicó en una ciudad casi desconocida en el paisaje urbano del cine colombiano.
Durante las primeras secuencias, el escudo del equipo de fútbol Atlético Bucaramanga aparece sobre texturas inusuales y sirve para introducir dimensiones fundamentales para la historia marcando el pitazo inicial del documental; primero aparece en forma de arreglo floral mortuorio al lado de la fotografía y ataúd de Juan Carlos Ortiz Araque, más adelante lo vemos incrustado en la piel de los torsos de algunos jóvenes hinchas y, finalmente, tejido con hilos a través de una técnica de arte popular enmarcado y colgado en el lugar central de la habitación de uno de los viajeros (al que veremos antes de emprender el viaje central de la película mientras le dice a su abuela: “Vos sabés que yo te quiero pero a la cancha yo me voy”).
Este documental con sello santandereano presenta el viaje de ida y regreso desde Bucaramanga hasta Popayán de “El Loco”, “Lechero” y Carlitos, un grupo de jóvenes integrantes de la Fortaleza Leoparda Sur, barra brava del equipo de fútbol Atlético Bucaramanga, para acompañar a su equipo en la búsqueda por el ascenso a la primera división (“la A”) del fútbol colombiano. El recorrido sirve como excusa para formular múltiples interrogantes sobre la juventud bumanguesa, sobre su presente y su futuro; interrogantes que fácilmente son extensivos a gran parte de la juventud colombiana. A lo largo del documental, las imágenes sutilmente tercian con el interrogante que se propone alrededor de las razones por las cuales estamos construyendo este país. Así, la travesía empieza en las canchas de tierra amarilla típicas de Bucaramanga, canchas que aún subsisten a pesar de la llegada de las “sintéticas” y cuya transición podría servir para escribir un tratado sobre la política pública urbana de la ciudad en los últimos años.
Los jóvenes hinchas atraviesan Colombia por el valle del río Magdalena donde el río está sentado en la banca hace más de un siglo y el ferrocarril nunca pudo renovar su pase dado que los monopolios de camiones y tractomulas llevan invictos más de cinco décadas. El escenario es el paisaje caliente del petróleo y la gasolina de las carreteras del país, paisaje decorado con asfalto, estaciones de servicio, incendios y cigüeñas de metal que extraen a punta de bombeo las últimas gotas de crudo antes de la llegada del fracking. A lo largo del trayecto, se ven tramos de la ruta inacabada del festín de la contratación vial de las últimas décadas en el país, donde todas las obras tienen cierres financieros, pero nunca aperturas reales. Los jóvenes pasan como David frente a un Goliat de concreto y preguntan “¿Cuándo lo terminan? ¿2025?”, desde abajo les gritan de vuelta “Diciembre”, ellos siguen caminando y dicen entre ellos “Diciembre… pura mentira”.
Los escenarios que aparecen durante el documental son viñetas del país construido. Durante el viaje vemos el país de la infraestructura de la extracción, redes construidas para hacer posible la entrada y salida de mercancías, priorizando la salida de hidrocarburos y minerales y rezagando la consolidación de conectividad nacional para el fortalecimiento de la democracia. Cuando nos ubican en la ciudad emerge el contraste entre las grandes torres blancas de la especulación del metro cuadrado con las frágiles casas que cuelgan de la montaña donde los personajes juegan a vivir. El Estadio es el otro gran escenario, el templo donde la misma energía que se escuchó en aquel teatro cartagenero hace retumbar las paredes de las casas aledañas. Casas donde habitan los vecinos que, pacientes, observan cómo cada lustro a los mercaderes de los cargos públicos que buscan los votos de los jóvenes en la cancha se les ocurre volver a “adecuar” el estadio, el lugar de lo colectivo para esos jóvenes, el lugar del encuentro, de la fiesta, de su pasión. Y, finalmente, el cementerio en un par de ocasiones nos regala silencios y ruidos invitando a reflexionar sobre las posibilidades de futuro que esta construcción social les ofrece a las nuevas generaciones.
El viaje es parte central del documental, y son camiones, carrotanques, mulas, mezcladoras de concreto, volquetas y trailers los vehículos que llevan en sus lomos a los tres personajes hasta el sur del país. Cada trayecto es un reto distinto donde la única constante es el costo pecuniario nulo que se paga con el alto riesgo de perder la vida. Al llegar a la ciudad de Popayán, los recibe un estadio distinto pero con el mismo apellido, el Ciro López. Ciro no fue hijo de banquero ni presidente de la República, sino un entusiasta del deporte local que gestionó la construcción del escenario deportivo, así como la visita del “ballet azul”, hechos por los cuales el apellido López también quedó incrustado en las paredes de la cancha de Popayán. Dejando el silbato final del partido de ida, los jóvenes regresan a las áridas tierras de Santander a ritmo de sonidos de carretera, zumbidos de motores, golpes de latas y bocinas de camión. El imponente Cañón del Chicamocha lo recorren al interior de los túneles que se forman cuando enroscan varillas metálicas para llevarlas de un lugar a otros, esas varillas que se usan para reforzar el hormigón y el cemento del país vertical. Es quizás el único momento en que ese tipo de varillas les brindarán protección y abrigo a esos muchachos. Bucaramanga reaparece, como principio y fin del viaje: es el escenario donde el documental concluye su narración.
“¿Qué pasaría si no hubiera fútbol, loco?” pregunta un personaje en algún momento de la película, interrogante que invita a reflexionar sobre los vacíos que existen en las vidas de estos jóvenes que encuentran en ese deporte el único espacio para contar con un bien público y colectivo en medio de una sociedad que los olvida. Por eso, para ellos es importante tener claro que todos son uno, una fortaleza. Así, sutilmente, el documental muestra cómo el estado solo aparece en las vidas de estos jóvenes para pedirles una requisa o que marquen en el tarjetón la letra U y el número 51. Poco a poco, el documental enfatiza que la búsqueda de la identidad del ser humano, proceso que debería estar principalmente determinado por la felicidad, se arruina por culpa del abandono y la corrupción, es ahí donde el fútbol, pero especialmente la comunidad construida alrededor del fanatismo por el equipo se convierte en el reemplazo de todo lo que el estado y la sociedad no les ofrece.
El documental La fortaleza se puede ubicar dentro de las nuevas formas de producir cine documental en Colombia, así como de las infinitas posibilidades que tenemos aún para contar diferentes historias relevantes para las conversaciones que necesitamos dar como sociedad en el complejo y constante proceso de construcción de nación, estado e identidad. Durante el conversatorio en Cartagena el equipo de dirección y producción resaltaron que no tuvieron demasiados problemas técnicos porque no tuvieron muchos equipos. El uso de cámaras de deportes extremo (tipo GoPro) fue fundamental para lograr el peligroso seguimiento a los personajes encima de los camiones que los transportaron por las carreteras colombianas. La música está estrechamente relacionada con el proyecto de Escuelas Musicales del municipio y de su cercanía con la barra brava que han logrado enriquecer la política pública a través del potencial que ofrece usar el arte como medio de transformación social. Lograron con poco hacer mucho.
El tatuaje del escudo del equipo que se ve al principio reaparece al cierre para resaltar la violencia que subyace en estas historias. Historias de vida donde ser “cara e’ locos, cuchilleros, parados” son atributos que se consideran positivos y necesarios para sobrevivir, sinónimo de valentía y tesón. Torres Montaguth y su equipo empezaron pensando en hacer una ficción, terminaron atrapados en el documental. La fortaleza logra un resultado poderoso que invita a seguir buscando historias en un país tan complejo como Colombia, no solo para contarlas a través del cine sino para pensar, proponer y ejecutar acciones que puedan transformar las condiciones de vida de los ciudadanos. La pregunta sobre las razones por las cuales queremos construir este proyecto nacional seguirán siendo fundamentales para que este país sea algún día un lugar donde crezcan cada día más las orquídeas y menos la rabia.
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La fortaleza, de Andrés Felipe Torres
El documental La Fortaleza, de Andrés Felipe Torres Montaguth, que se proyectará en la MIDBO, tuvo su estreno nacional en el Teatro Adolfo Mejía de Cartagena durante el FICCI 2019. Mientras esperábamos que empezara la proyección, el teatro se llenó de música tradicionalmente reservada para la zona sur del estadio Alfonso López de Bucaramanga y no para el espacio bajo el cielo de musas de Enrique Grau. Durante quince minutos un equipo de músicos con metales y bombos (La Banda del Leopardo) llenaron el ambiente de alegría popular con cumbias, vítores y cánticos de la misma forma que lo hacen cuando acompañan a su equipo en la cancha. El telón se levantó, la pantalla blanca recibió el rayo de luz y el tanque de agua del barrio La Cumbre nos ubicó en una ciudad casi desconocida en el paisaje urbano del cine colombiano.
Durante las primeras secuencias, el escudo del equipo de fútbol Atlético Bucaramanga aparece sobre texturas inusuales y sirve para introducir dimensiones fundamentales para la historia marcando el pitazo inicial del documental; primero aparece en forma de arreglo floral mortuorio al lado de la fotografía y ataúd de Juan Carlos Ortiz Araque, más adelante lo vemos incrustado en la piel de los torsos de algunos jóvenes hinchas y, finalmente, tejido con hilos a través de una técnica de arte popular enmarcado y colgado en el lugar central de la habitación de uno de los viajeros (al que veremos antes de emprender el viaje central de la película mientras le dice a su abuela: “Vos sabés que yo te quiero pero a la cancha yo me voy”).
Este documental con sello santandereano presenta el viaje de ida y regreso desde Bucaramanga hasta Popayán de “El Loco”, “Lechero” y Carlitos, un grupo de jóvenes integrantes de la Fortaleza Leoparda Sur, barra brava del equipo de fútbol Atlético Bucaramanga, para acompañar a su equipo en la búsqueda por el ascenso a la primera división (“la A”) del fútbol colombiano. El recorrido sirve como excusa para formular múltiples interrogantes sobre la juventud bumanguesa, sobre su presente y su futuro; interrogantes que fácilmente son extensivos a gran parte de la juventud colombiana. A lo largo del documental, las imágenes sutilmente tercian con el interrogante que se propone alrededor de las razones por las cuales estamos construyendo este país. Así, la travesía empieza en las canchas de tierra amarilla típicas de Bucaramanga, canchas que aún subsisten a pesar de la llegada de las “sintéticas” y cuya transición podría servir para escribir un tratado sobre la política pública urbana de la ciudad en los últimos años.
Los jóvenes hinchas atraviesan Colombia por el valle del río Magdalena donde el río está sentado en la banca hace más de un siglo y el ferrocarril nunca pudo renovar su pase dado que los monopolios de camiones y tractomulas llevan invictos más de cinco décadas. El escenario es el paisaje caliente del petróleo y la gasolina de las carreteras del país, paisaje decorado con asfalto, estaciones de servicio, incendios y cigüeñas de metal que extraen a punta de bombeo las últimas gotas de crudo antes de la llegada del fracking. A lo largo del trayecto, se ven tramos de la ruta inacabada del festín de la contratación vial de las últimas décadas en el país, donde todas las obras tienen cierres financieros, pero nunca aperturas reales. Los jóvenes pasan como David frente a un Goliat de concreto y preguntan “¿Cuándo lo terminan? ¿2025?”, desde abajo les gritan de vuelta “Diciembre”, ellos siguen caminando y dicen entre ellos “Diciembre… pura mentira”.
Los escenarios que aparecen durante el documental son viñetas del país construido. Durante el viaje vemos el país de la infraestructura de la extracción, redes construidas para hacer posible la entrada y salida de mercancías, priorizando la salida de hidrocarburos y minerales y rezagando la consolidación de conectividad nacional para el fortalecimiento de la democracia. Cuando nos ubican en la ciudad emerge el contraste entre las grandes torres blancas de la especulación del metro cuadrado con las frágiles casas que cuelgan de la montaña donde los personajes juegan a vivir. El Estadio es el otro gran escenario, el templo donde la misma energía que se escuchó en aquel teatro cartagenero hace retumbar las paredes de las casas aledañas. Casas donde habitan los vecinos que, pacientes, observan cómo cada lustro a los mercaderes de los cargos públicos que buscan los votos de los jóvenes en la cancha se les ocurre volver a “adecuar” el estadio, el lugar de lo colectivo para esos jóvenes, el lugar del encuentro, de la fiesta, de su pasión. Y, finalmente, el cementerio en un par de ocasiones nos regala silencios y ruidos invitando a reflexionar sobre las posibilidades de futuro que esta construcción social les ofrece a las nuevas generaciones.
El viaje es parte central del documental, y son camiones, carrotanques, mulas, mezcladoras de concreto, volquetas y trailers los vehículos que llevan en sus lomos a los tres personajes hasta el sur del país. Cada trayecto es un reto distinto donde la única constante es el costo pecuniario nulo que se paga con el alto riesgo de perder la vida. Al llegar a la ciudad de Popayán, los recibe un estadio distinto pero con el mismo apellido, el Ciro López. Ciro no fue hijo de banquero ni presidente de la República, sino un entusiasta del deporte local que gestionó la construcción del escenario deportivo, así como la visita del “ballet azul”, hechos por los cuales el apellido López también quedó incrustado en las paredes de la cancha de Popayán. Dejando el silbato final del partido de ida, los jóvenes regresan a las áridas tierras de Santander a ritmo de sonidos de carretera, zumbidos de motores, golpes de latas y bocinas de camión. El imponente Cañón del Chicamocha lo recorren al interior de los túneles que se forman cuando enroscan varillas metálicas para llevarlas de un lugar a otros, esas varillas que se usan para reforzar el hormigón y el cemento del país vertical. Es quizás el único momento en que ese tipo de varillas les brindarán protección y abrigo a esos muchachos. Bucaramanga reaparece, como principio y fin del viaje: es el escenario donde el documental concluye su narración.
“¿Qué pasaría si no hubiera fútbol, loco?” pregunta un personaje en algún momento de la película, interrogante que invita a reflexionar sobre los vacíos que existen en las vidas de estos jóvenes que encuentran en ese deporte el único espacio para contar con un bien público y colectivo en medio de una sociedad que los olvida. Por eso, para ellos es importante tener claro que todos son uno, una fortaleza. Así, sutilmente, el documental muestra cómo el estado solo aparece en las vidas de estos jóvenes para pedirles una requisa o que marquen en el tarjetón la letra U y el número 51. Poco a poco, el documental enfatiza que la búsqueda de la identidad del ser humano, proceso que debería estar principalmente determinado por la felicidad, se arruina por culpa del abandono y la corrupción, es ahí donde el fútbol, pero especialmente la comunidad construida alrededor del fanatismo por el equipo se convierte en el reemplazo de todo lo que el estado y la sociedad no les ofrece.
El documental La fortaleza se puede ubicar dentro de las nuevas formas de producir cine documental en Colombia, así como de las infinitas posibilidades que tenemos aún para contar diferentes historias relevantes para las conversaciones que necesitamos dar como sociedad en el complejo y constante proceso de construcción de nación, estado e identidad. Durante el conversatorio en Cartagena el equipo de dirección y producción resaltaron que no tuvieron demasiados problemas técnicos porque no tuvieron muchos equipos. El uso de cámaras de deportes extremo (tipo GoPro) fue fundamental para lograr el peligroso seguimiento a los personajes encima de los camiones que los transportaron por las carreteras colombianas. La música está estrechamente relacionada con el proyecto de Escuelas Musicales del municipio y de su cercanía con la barra brava que han logrado enriquecer la política pública a través del potencial que ofrece usar el arte como medio de transformación social. Lograron con poco hacer mucho.
El tatuaje del escudo del equipo que se ve al principio reaparece al cierre para resaltar la violencia que subyace en estas historias. Historias de vida donde ser “cara e’ locos, cuchilleros, parados” son atributos que se consideran positivos y necesarios para sobrevivir, sinónimo de valentía y tesón. Torres Montaguth y su equipo empezaron pensando en hacer una ficción, terminaron atrapados en el documental. La fortaleza logra un resultado poderoso que invita a seguir buscando historias en un país tan complejo como Colombia, no solo para contarlas a través del cine sino para pensar, proponer y ejecutar acciones que puedan transformar las condiciones de vida de los ciudadanos. La pregunta sobre las razones por las cuales queremos construir este proyecto nacional seguirán siendo fundamentales para que este país sea algún día un lugar donde crezcan cada día más las orquídeas y menos la rabia.
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