El cine surcoreano no nació hace poco, claro que no, es que su auge es reciente y nuestro conocimiento y acceso a films de ese lado del mundo son cada vez menos una rareza o una excentricidad. Autores como el grandioso Kim Ki-Duk, guionista y director deDomicilio Desconocido (Suchwiin bulmyeong, 2001) y Hierro 3 (Bin-jip, 2004); Hong Sang-Soo, director de películas maravillosas como Ahora sí, Antes no (Ji-geum-eun-mat-go-geu-ddae-neun-teul-li-da, 2015) o The Day After (Geu-hu, 2017), y Park Chan-Wook que ha dirigido Oldboy (Oldeuboi, 2003) o La doncella (Ah-ga-ssi, 2016), son exponentes a los que en buena hora ya tenemos acceso. En general, realizadores que hacen cine del bueno, sensible, del ser, de sentimientos profundos, de grandes emociones y de realidades cercanas, que nos hacen identificar con las vivencias que vemos porque van más allá de la pantalla. De este notable grupo hace parte el director Lee Chang-Dong. Desentrañar su filmografía completa ha sido un reto fascinante, pues el descubrimiento moviliza y logra que queramos más. Formado en Corea en filología, Chang Dong ha sido desde profesor de lengua coreana, hasta novelista, e incluso por un tiempo Ministro de Cultura de su país. Quizás las dos últimas ocupaciones, hayan ayudado a aumentar la sensibilidad que tiene su obra. Aun cuando no estudió cine formalmente, comenzó en el mundo cinematográfico como escritor, llegando a hacer dos guiones para Park Kwang-su. En 1997 filma su ópera prima Green Fish (Chorok mulkoji), con un guión también de su autoría, que recibió un reconocimiento bastante favorable de la crítica y de la taquilla.
Green Fish narra la vida de Mak-dong luego de salir del ejército, la interacción con su familia, con una banda de criminales y con Mi-ae, la pareja del líder de la organización. Desde tan temprano en su recorrido, Chang Dong comenzó a dejar, en sus finales, un leve asomo de esperanza ante lo confusa y desgarradora que puede presentarse a veces la realidad. Posteriormente, escribe y lleva a cabo Peppermint Candy (Bakha Satang, 1999), una película de tal magistralidad visual y una estética tan evolucionada, que sorprende que sea apenas su segundo film. En este apreciamos a Yongho desde el final de su vida hasta 20 años antes, donde logramos entender poco a poco su desgaste emocional, de la forma como Chang-Dong quiere que lo hagamos, gradualmente y de una manera poco convencional. La cinta es contada como un continuo flash back por capítulos, es decir, la historia comienza por el final y termina por el principio de los sucesos a los que se nos quiere dar acceso. La imagen de la carrilera de un tren reproducida en sentido inverso, es la que marca la separación entre los episodios, asemejando quizás el correr de la vida. Esta cinta también le granjeó reconocimientos en los importantes premios cinematográficos surcoreanos Grand Bell Awards, entre los que se contaron mejor película y mejor director.
Después de esto, Chang Dong escribe y filma Oasis (Oasiseu, 2002) recurriendo a los mismos actores del largometraje anterior. El personaje principal, Hong Jong-du, un hombre con un moderado retraso mental que acaba de salir de la cárcel conoce a Gong-ju, una mujer con una parálisis cerebral severa, que no tiene cabida en su vida por pura casualidad. La interacción y evolución de su relación le dan forma al argumento de una historia cargada de incomodidad, de rechazo y de una innegable profundidad. Esta tercera entrega, le otorgó a Lee Chang-Dong el premio Fipresci, el Premio Marcello Mastroianni a la actriz protagónica para Moon So-ri y el León de Plata a la mejor dirección en el Festival de Venecia de 2002; “sale de casa” para pasar a ser reconocido internacionalmente. Con mucho más para dar, Chang-Dong realiza en 2007 Secret Sunshine (Milyang), basada en un cuento llamado La Historia de un Bicho, de Lee Cheong-jun, donde el personaje central es una viuda que, con su pequeño hijo, busca rehacer su vida en el pueblo natal de su marido. En una película desgarradora hasta las entrañas, el director nos acerca a la desdicha de un ser humano cuando siente que lo ha perdido todo, y su lucha por sobrellevar una existencia que duele ser vivida. Por su interpretación, la actriz Jeon Do-yeon ganó el premio a mejor actriz en el Festival de Cine de Cannes de 2007, el cual no hubiera sido posible sin el toque perfecto de este atrevido cineasta quien no le teme a mostrar la realidad con toda su crudeza.
Para este momento, la presencia de Lee Chang-Dong en el festival más importante del cine era ya común, razón por la que su quinto y penúltimo largometraje Poetry (Shi, 2010), ganó el premio al mejor guión en el mismo certamen. Poetry se adentra en la vida de una abuela que está encargada del cuidado de su nieto adolescente, debe dedicarse a ser empleada doméstica mientras busca por todos los medios hacer poesía y encontrarla en su alrededor. Esta realización es de tal belleza que solo puede resumirlo lo que le dice a la protagonista su profesor de poesía: “Hay que encontrar la belleza, la belleza verdadera en todo lo que vemos ante nosotros, en nuestra vida diaria. La belleza verdadera, no solo cosas que nos parezcan hermosas. Cada uno de vosotros lleva poesía en su corazón pero la tenéis presa. Es momento de liberarla. La poesía atrapada en vuestro interior debería soltar alas y volar”. Belleza es el resumen del producto de este afortunado exponente de la cinematografía coreana, pues no es fácil tocar la sensibilidad del ser humano y máxime cuando esa sea precisamente la pretensión, y llegar a hacerlo con elegancia y sutileza, cuando ni siquiera el espectador ha podido darse cuenta, es un valor contundente; más que una virtud, es un don. Uno con el que ha sido dotado Lee Chang-Dong. Su cine logra elevarnos al más alto nivel de conciencia, de empatía con el otro, de compenetración con su psique. Sus películas son del más alto nivel de realismo, buscando identificación del espectador con aquel que sufre, sin un ánimo lastimero. Está claro que sus films no nos acercan al ser humano realizado, evolucionado y feliz; nos lleva hasta donde los que sufren, los desvalidos, los devastados, los que no tienen nada que perder o los que lo han perdido todo, pero no nos lleva de forma ostentosa ni haciendo uso de demasiada parafernalia, sino que, con total simpleza y extremo tacto, logra en nosotros el acercamiento que busca.
La filmografía de Lee Chang-Dong, además de lo ya mencionado, está caracterizada por temas recurrentes como el amor, la belleza, la muerte y la poesía. Sus realizaciones exudan sinceridad y cercanía, con una limpieza, crudeza y lirismo únicos. Sus personajes son seres tratando a duras penas de conservar su dignidad, seres desgarrados y con una vida desgastada. Personas con discapacidad ya sea física, mental o emocional, exponiendo su vulnerabilidad en el sentido más hondo. En Peppermint Candy, el personaje principal es un ser castrado emocionalmente, al que acompañamos lentamente en este declive, el cual solo logra comprenderse en su totalidad cuando termina la película. En Oasis los protagonistas son seres con reales discapacidades físicas y mentales, y en Secret Sunshine vemos a una madre aproximarse a un estado absoluto de abandono y desvalidez interior. Por donde se le mire, el director retrata la miseria humana y la forma en la que un ser podría afrontar la vida y buscar sobrevivir cuando ha sido llevado totalmente al límite de sus posibilidades emocionales. Son personas tratando de encontrar un escape, ya sea en su primer amor (Peppermint Candy), en un ser que requiere ayuda y compasión (Oasis), en Dios o en un amigo (Secret Sunshine), o en la poesía (Poetry), en fin, individuos buscando un lugar seguro donde refugiarse o, más aún, buscando hallar ese alguien o ese algo que pueda redimirlos; algo de lo cual asirse para salir adelante, aunque algunos cuenten con la capacidad de aceptarlo de forma más clara que otros.
Chang-Dong ha logrado que después de ocho años de ausencia queramos acceder ansiosos a su nueva apuesta Burning (Beoning, 2018)–de la cual llama la atención la aspereza del nombre, que no contiene un eufemismo en él como casi todos los demás-, estrenada en el reciente Festival de Cannes, con una expectativa muy esperanzadora (si se tiene en cuenta que las críticas de quienes la han visto ya dicen que le hace bastante justicia a su cine previo). No hay que demeritar o exaltar una obra fílmica por el lugar de donde provenga, sin embargo, esta sensibilidad del cine oriental y particularmente del coreano, se convierte en una danza tan sincronizada y perfecta que nos hace querer buscarlo más y acercarnos más. Esperamos que la distribución de nuestro país nos permita apreciar este nuevo título de Lee Chang-Dong. De cualquier forma, le deseamos larga vida a él y a su exquisito cine del alma.
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POESÍA PARA EL ALMA
Las películas de Lee Chang-Dong
El cine surcoreano no nació hace poco, claro que no, es que su auge es reciente y nuestro conocimiento y acceso a films de ese lado del mundo son cada vez menos una rareza o una excentricidad. Autores como el grandioso Kim Ki-Duk, guionista y director de Domicilio Desconocido (Suchwiin bulmyeong, 2001) y Hierro 3 (Bin-jip, 2004); Hong Sang-Soo, director de películas maravillosas como Ahora sí, Antes no (Ji-geum-eun-mat-go-geu-ddae-neun-teul-li-da, 2015) o The Day After (Geu-hu, 2017), y Park Chan-Wook que ha dirigido Oldboy (Oldeuboi, 2003) o La doncella (Ah-ga-ssi, 2016), son exponentes a los que en buena hora ya tenemos acceso. En general, realizadores que hacen cine del bueno, sensible, del ser, de sentimientos profundos, de grandes emociones y de realidades cercanas, que nos hacen identificar con las vivencias que vemos porque van más allá de la pantalla. De este notable grupo hace parte el director Lee Chang-Dong. Desentrañar su filmografía completa ha sido un reto fascinante, pues el descubrimiento moviliza y logra que queramos más. Formado en Corea en filología, Chang Dong ha sido desde profesor de lengua coreana, hasta novelista, e incluso por un tiempo Ministro de Cultura de su país. Quizás las dos últimas ocupaciones, hayan ayudado a aumentar la sensibilidad que tiene su obra. Aun cuando no estudió cine formalmente, comenzó en el mundo cinematográfico como escritor, llegando a hacer dos guiones para Park Kwang-su. En 1997 filma su ópera prima Green Fish (Chorok mulkoji), con un guión también de su autoría, que recibió un reconocimiento bastante favorable de la crítica y de la taquilla.
Green Fish narra la vida de Mak-dong luego de salir del ejército, la interacción con su familia, con una banda de criminales y con Mi-ae, la pareja del líder de la organización. Desde tan temprano en su recorrido, Chang Dong comenzó a dejar, en sus finales, un leve asomo de esperanza ante lo confusa y desgarradora que puede presentarse a veces la realidad. Posteriormente, escribe y lleva a cabo Peppermint Candy (Bakha Satang, 1999), una película de tal magistralidad visual y una estética tan evolucionada, que sorprende que sea apenas su segundo film. En este apreciamos a Yongho desde el final de su vida hasta 20 años antes, donde logramos entender poco a poco su desgaste emocional, de la forma como Chang-Dong quiere que lo hagamos, gradualmente y de una manera poco convencional. La cinta es contada como un continuo flash back por capítulos, es decir, la historia comienza por el final y termina por el principio de los sucesos a los que se nos quiere dar acceso. La imagen de la carrilera de un tren reproducida en sentido inverso, es la que marca la separación entre los episodios, asemejando quizás el correr de la vida. Esta cinta también le granjeó reconocimientos en los importantes premios cinematográficos surcoreanos Grand Bell Awards, entre los que se contaron mejor película y mejor director.
Después de esto, Chang Dong escribe y filma Oasis (Oasiseu, 2002) recurriendo a los mismos actores del largometraje anterior. El personaje principal, Hong Jong-du, un hombre con un moderado retraso mental que acaba de salir de la cárcel conoce a Gong-ju, una mujer con una parálisis cerebral severa, que no tiene cabida en su vida por pura casualidad. La interacción y evolución de su relación le dan forma al argumento de una historia cargada de incomodidad, de rechazo y de una innegable profundidad. Esta tercera entrega, le otorgó a Lee Chang-Dong el premio Fipresci, el Premio Marcello Mastroianni a la actriz protagónica para Moon So-ri y el León de Plata a la mejor dirección en el Festival de Venecia de 2002; “sale de casa” para pasar a ser reconocido internacionalmente. Con mucho más para dar, Chang-Dong realiza en 2007 Secret Sunshine (Milyang), basada en un cuento llamado La Historia de un Bicho, de Lee Cheong-jun, donde el personaje central es una viuda que, con su pequeño hijo, busca rehacer su vida en el pueblo natal de su marido. En una película desgarradora hasta las entrañas, el director nos acerca a la desdicha de un ser humano cuando siente que lo ha perdido todo, y su lucha por sobrellevar una existencia que duele ser vivida. Por su interpretación, la actriz Jeon Do-yeon ganó el premio a mejor actriz en el Festival de Cine de Cannes de 2007, el cual no hubiera sido posible sin el toque perfecto de este atrevido cineasta quien no le teme a mostrar la realidad con toda su crudeza.
Para este momento, la presencia de Lee Chang-Dong en el festival más importante del cine era ya común, razón por la que su quinto y penúltimo largometraje Poetry (Shi, 2010), ganó el premio al mejor guión en el mismo certamen. Poetry se adentra en la vida de una abuela que está encargada del cuidado de su nieto adolescente, debe dedicarse a ser empleada doméstica mientras busca por todos los medios hacer poesía y encontrarla en su alrededor. Esta realización es de tal belleza que solo puede resumirlo lo que le dice a la protagonista su profesor de poesía: “Hay que encontrar la belleza, la belleza verdadera en todo lo que vemos ante nosotros, en nuestra vida diaria. La belleza verdadera, no solo cosas que nos parezcan hermosas. Cada uno de vosotros lleva poesía en su corazón pero la tenéis presa. Es momento de liberarla. La poesía atrapada en vuestro interior debería soltar alas y volar”. Belleza es el resumen del producto de este afortunado exponente de la cinematografía coreana, pues no es fácil tocar la sensibilidad del ser humano y máxime cuando esa sea precisamente la pretensión, y llegar a hacerlo con elegancia y sutileza, cuando ni siquiera el espectador ha podido darse cuenta, es un valor contundente; más que una virtud, es un don. Uno con el que ha sido dotado Lee Chang-Dong. Su cine logra elevarnos al más alto nivel de conciencia, de empatía con el otro, de compenetración con su psique. Sus películas son del más alto nivel de realismo, buscando identificación del espectador con aquel que sufre, sin un ánimo lastimero. Está claro que sus films no nos acercan al ser humano realizado, evolucionado y feliz; nos lleva hasta donde los que sufren, los desvalidos, los devastados, los que no tienen nada que perder o los que lo han perdido todo, pero no nos lleva de forma ostentosa ni haciendo uso de demasiada parafernalia, sino que, con total simpleza y extremo tacto, logra en nosotros el acercamiento que busca.
La filmografía de Lee Chang-Dong, además de lo ya mencionado, está caracterizada por temas recurrentes como el amor, la belleza, la muerte y la poesía. Sus realizaciones exudan sinceridad y cercanía, con una limpieza, crudeza y lirismo únicos. Sus personajes son seres tratando a duras penas de conservar su dignidad, seres desgarrados y con una vida desgastada. Personas con discapacidad ya sea física, mental o emocional, exponiendo su vulnerabilidad en el sentido más hondo. En Peppermint Candy, el personaje principal es un ser castrado emocionalmente, al que acompañamos lentamente en este declive, el cual solo logra comprenderse en su totalidad cuando termina la película. En Oasis los protagonistas son seres con reales discapacidades físicas y mentales, y en Secret Sunshine vemos a una madre aproximarse a un estado absoluto de abandono y desvalidez interior. Por donde se le mire, el director retrata la miseria humana y la forma en la que un ser podría afrontar la vida y buscar sobrevivir cuando ha sido llevado totalmente al límite de sus posibilidades emocionales. Son personas tratando de encontrar un escape, ya sea en su primer amor (Peppermint Candy), en un ser que requiere ayuda y compasión (Oasis), en Dios o en un amigo (Secret Sunshine), o en la poesía (Poetry), en fin, individuos buscando un lugar seguro donde refugiarse o, más aún, buscando hallar ese alguien o ese algo que pueda redimirlos; algo de lo cual asirse para salir adelante, aunque algunos cuenten con la capacidad de aceptarlo de forma más clara que otros.
Chang-Dong ha logrado que después de ocho años de ausencia queramos acceder ansiosos a su nueva apuesta Burning (Beoning, 2018) –de la cual llama la atención la aspereza del nombre, que no contiene un eufemismo en él como casi todos los demás-, estrenada en el reciente Festival de Cannes, con una expectativa muy esperanzadora (si se tiene en cuenta que las críticas de quienes la han visto ya dicen que le hace bastante justicia a su cine previo). No hay que demeritar o exaltar una obra fílmica por el lugar de donde provenga, sin embargo, esta sensibilidad del cine oriental y particularmente del coreano, se convierte en una danza tan sincronizada y perfecta que nos hace querer buscarlo más y acercarnos más. Esperamos que la distribución de nuestro país nos permita apreciar este nuevo título de Lee Chang-Dong. De cualquier forma, le deseamos larga vida a él y a su exquisito cine del alma.
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