Audiard estrena una nueva película. Es la primera que hace en inglés. Gana el premio a Mejor director en Venecia después de haberse llevado la Palma de oro por una película simplona, efectista, llena de pretensiones ilógicas. A Audiard le empezaron a llover los premios cuando empezó a hacer películas mediocres, o cuando ya no pudo hacer películas buenas. No se me ocurren motivos para pensar por qué Audiard quiso rodar The Sisters Brothers, que es un western con “discurso ambiental”, lo que ha hecho que a la película se le adosen una cantidad de adjetivos (revisionista, nuevo, novedoso, fresco) que, examinando con precisión, no tienen cómo sostenerse dentro del film. Termina uno de ver la película sintiendo que es falsa (aunque se presenta como un cuadro humanista, donde todo es más o menos luminoso, quizás para hacer que se le olvide a uno que sus protagonistas viven de matar), algo sin energía, solo con el compromiso de hacer un cine supuestamente revisionista.
Bienvenidos a ver una película más donde Phoenix hace del tipo rudo, lleno de instintos animales, con una sincera incapacidad para razonar antes de actuar, pero siempre “gracioso”. Su testarudez y estupidez hacen reír (al menos de ahí se pega Audiard, copiando lo que otros han hecho –la abominable You Were Never Really Here; Irrational Man e incluso Don’t Worry, He Won’t Get Far on Foot– y que empezó con Paul Thomas Anderson –The Master, Inherent Vice–). Jake Gyllenhaal es el excéntrico que mueve con vida propia (¿se podrá quedar quieto este tipo?) cada órgano de su cara y cada extremidad de su cuerpo. Tiene algo de dinero y un acento que lo hace distinguido. ¿Cuándo volveremos a ver a Gyllenhaal actuar sin ninguno de estos aditivos? En la otra orilla, John C. Reilly y Riz Ahmed equilibran la cosa. El método de ellos es mejor y da más recompensas: menos es más. Lo grande de Reilly es evidente cuando le toca fingir que no conoce un cepillo de dientes. Evita lo histriónico y se permite inventar otras cosas. Aunque el suyo es un humor sencillo, lindo, sin demasiado alrededor, recuerda a los grandes que se inventaron el asunto. Es un humor, ahora sí, humano. The Sisters Brothers es tan transparente que levantar un mapa de su estructura mientras se ve no es tarea difícil. Al final termina siendo un film sobre la persecusión y el retorno. Después de que los hermanos del título han perseguido tanto no les queda sino el regreso. La película es insípida, corre con demasiada facilidad, todo hecho a su medida.
A riesgo de sonar como el crítico que tira la piedra pero se esconde, tengo que decir que Audiard es un buen tipo (o que hay un rastro de que podía serlo. Al menos evita lo que podría haber sido una cadena de escenas abyectas), que en lo que decide ocultar hay evidencias de un talento (curiosa forma de exhibirlo). Nos ahorra horrores y su película deja de insistir en la idea de que el mundo está mejor sin los hombres, o sin ciertos hombres. En todo caso, es un film que entristece porque veo al cine irse sin decir adiós, o algo así. Veo al cine dejar de ser, de indagar y a conformarse con otras cosas. Quizás es un cine, como ya lo dijo alguien antes, sobre-idealizado, sobre-representado, que priva de pensar. Quizás es una película que se autodestruye apenas aparece esa combinación de letras que avisa el final, que hasta ahí llegó todo.
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REVISIONES QUE NO LO SON
The Sisters Brothers, de Jacques Audiard (2018)
Audiard estrena una nueva película. Es la primera que hace en inglés. Gana el premio a Mejor director en Venecia después de haberse llevado la Palma de oro por una película simplona, efectista, llena de pretensiones ilógicas. A Audiard le empezaron a llover los premios cuando empezó a hacer películas mediocres, o cuando ya no pudo hacer películas buenas. No se me ocurren motivos para pensar por qué Audiard quiso rodar The Sisters Brothers, que es un western con “discurso ambiental”, lo que ha hecho que a la película se le adosen una cantidad de adjetivos (revisionista, nuevo, novedoso, fresco) que, examinando con precisión, no tienen cómo sostenerse dentro del film. Termina uno de ver la película sintiendo que es falsa (aunque se presenta como un cuadro humanista, donde todo es más o menos luminoso, quizás para hacer que se le olvide a uno que sus protagonistas viven de matar), algo sin energía, solo con el compromiso de hacer un cine supuestamente revisionista.
Bienvenidos a ver una película más donde Phoenix hace del tipo rudo, lleno de instintos animales, con una sincera incapacidad para razonar antes de actuar, pero siempre “gracioso”. Su testarudez y estupidez hacen reír (al menos de ahí se pega Audiard, copiando lo que otros han hecho –la abominable You Were Never Really Here; Irrational Man e incluso Don’t Worry, He Won’t Get Far on Foot– y que empezó con Paul Thomas Anderson –The Master, Inherent Vice–). Jake Gyllenhaal es el excéntrico que mueve con vida propia (¿se podrá quedar quieto este tipo?) cada órgano de su cara y cada extremidad de su cuerpo. Tiene algo de dinero y un acento que lo hace distinguido. ¿Cuándo volveremos a ver a Gyllenhaal actuar sin ninguno de estos aditivos? En la otra orilla, John C. Reilly y Riz Ahmed equilibran la cosa. El método de ellos es mejor y da más recompensas: menos es más. Lo grande de Reilly es evidente cuando le toca fingir que no conoce un cepillo de dientes. Evita lo histriónico y se permite inventar otras cosas. Aunque el suyo es un humor sencillo, lindo, sin demasiado alrededor, recuerda a los grandes que se inventaron el asunto. Es un humor, ahora sí, humano. The Sisters Brothers es tan transparente que levantar un mapa de su estructura mientras se ve no es tarea difícil. Al final termina siendo un film sobre la persecusión y el retorno. Después de que los hermanos del título han perseguido tanto no les queda sino el regreso. La película es insípida, corre con demasiada facilidad, todo hecho a su medida.
A riesgo de sonar como el crítico que tira la piedra pero se esconde, tengo que decir que Audiard es un buen tipo (o que hay un rastro de que podía serlo. Al menos evita lo que podría haber sido una cadena de escenas abyectas), que en lo que decide ocultar hay evidencias de un talento (curiosa forma de exhibirlo). Nos ahorra horrores y su película deja de insistir en la idea de que el mundo está mejor sin los hombres, o sin ciertos hombres. En todo caso, es un film que entristece porque veo al cine irse sin decir adiós, o algo así. Veo al cine dejar de ser, de indagar y a conformarse con otras cosas. Quizás es un cine, como ya lo dijo alguien antes, sobre-idealizado, sobre-representado, que priva de pensar. Quizás es una película que se autodestruye apenas aparece esa combinación de letras que avisa el final, que hasta ahí llegó todo.
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