En el 2017 Adiós entusiasmo se llevó al premio a mejor película colombiana en el Festival Internacional de Cine de Cartagena. Dos críticos volvieron a verla este año y nos dan sus opiniones, muy diferentes entre sí, sobre esta particular historia.
Adiós entusiasmo, de Vladimir Durán
Claustrofobia es lo primero que genera Adiós entusiasmo, la ópera prima de Vladimir Durán Ventura, colombiano residente en Argentina. Comienza con la imagen negra y la voz de un niño hablando del universo, esto produce la primera extrañeza, y luego se abre a un aspecto de imagen desconcertante: una panorámica que, aunque es extremadamente ancha, estrecha en demasía la altura del encuadre, haciendo que las figuras parezcan no caber completas en él. Hace así sentir al espectador tan encerrado como Margarita, la protagonista que nunca vemos pues se mantiene bajo llave en una habitación del apartamento del que poco saldremos, y se comunica con sus cuatro hijos sólo a través de la pared y una ventanuca entre dos baños.
Seleccionada en el Festival de Berlín del año pasado y ganadora en el BAFICI y en el FICCI, esta obra colombo argentina es a la vez sencilla y atrevida, cotidiana y delirante. Durán construye un universo vívido en el que desnuda los problemas habituales de las relaciones familiares a través de una situación que, a pesar de su absurdo, resulta verosímil, gracias a la madurez y la espontaneidad simultáneas de la puesta en escena.
Axel, el hijo menor de Margarita, es el único que no parece entender bien la situación, aunque lidia con ella de manera solvente. Sus tres hermanas, en cambio, parecen abstraídas en sus propios mundos, si bien deben estar pendientes todo el tiempo de las demandas insistentes de la madre, que insiste en celebrar su cumpleaños por adelantado.
Con encuadres cerrados y llenos de elementos, ruidos constantes, conversaciones interrumpidas a cada rato, Durán teje la atmósfera viciada de la que él mismo hace parte: interpreta el rol del pretendiente incómodo y fuera de lugar de Antonia, la hija mayor, que acaba metido en la celebración casi por inercia, y resulta el personaje de “alivio cómico” cuando la trama se complejiza cada vez más.
Durán viene del mundo del cine: sus padres son los cineastas colombianos Ciro Durán y Joyce Ventura —quien produce la película—, que consolidaron en los noventa el “G-3”, un acuerdo de coproducción trinacional —México, Colombia y Venezuela—, adelantándose al programa Ibermedia, y realizaron algunas películas de renombre como Gamín o La toma de la embajada. Tras estudiar Sociología en Canadá se formó en Dirección de Cine y Actuación en Buenos Aires, ciudad donde radica. Este bagaje nutre su primera película: la familia como ícono de la sociedad, la construcción de la historia a partir de la creación de los personajes y la improvisación interpretativa, la condición de extranjero, que anunció que seguirá explorando en su próximo largometraje.
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ENCIERROS Y SUBVERSIONES
En el 2017 Adiós entusiasmo se llevó al premio a mejor película colombiana en el Festival Internacional de Cine de Cartagena. Dos críticos volvieron a verla este año y nos dan sus opiniones, muy diferentes entre sí, sobre esta particular historia.
Adiós entusiasmo, de Vladimir Durán
Claustrofobia es lo primero que genera Adiós entusiasmo, la ópera prima de Vladimir Durán Ventura, colombiano residente en Argentina. Comienza con la imagen negra y la voz de un niño hablando del universo, esto produce la primera extrañeza, y luego se abre a un aspecto de imagen desconcertante: una panorámica que, aunque es extremadamente ancha, estrecha en demasía la altura del encuadre, haciendo que las figuras parezcan no caber completas en él. Hace así sentir al espectador tan encerrado como Margarita, la protagonista que nunca vemos pues se mantiene bajo llave en una habitación del apartamento del que poco saldremos, y se comunica con sus cuatro hijos sólo a través de la pared y una ventanuca entre dos baños.
Seleccionada en el Festival de Berlín del año pasado y ganadora en el BAFICI y en el FICCI, esta obra colombo argentina es a la vez sencilla y atrevida, cotidiana y delirante. Durán construye un universo vívido en el que desnuda los problemas habituales de las relaciones familiares a través de una situación que, a pesar de su absurdo, resulta verosímil, gracias a la madurez y la espontaneidad simultáneas de la puesta en escena.
Axel, el hijo menor de Margarita, es el único que no parece entender bien la situación, aunque lidia con ella de manera solvente. Sus tres hermanas, en cambio, parecen abstraídas en sus propios mundos, si bien deben estar pendientes todo el tiempo de las demandas insistentes de la madre, que insiste en celebrar su cumpleaños por adelantado.
Con encuadres cerrados y llenos de elementos, ruidos constantes, conversaciones interrumpidas a cada rato, Durán teje la atmósfera viciada de la que él mismo hace parte: interpreta el rol del pretendiente incómodo y fuera de lugar de Antonia, la hija mayor, que acaba metido en la celebración casi por inercia, y resulta el personaje de “alivio cómico” cuando la trama se complejiza cada vez más.
Durán viene del mundo del cine: sus padres son los cineastas colombianos Ciro Durán y Joyce Ventura —quien produce la película—, que consolidaron en los noventa el “G-3”, un acuerdo de coproducción trinacional —México, Colombia y Venezuela—, adelantándose al programa Ibermedia, y realizaron algunas películas de renombre como Gamín o La toma de la embajada. Tras estudiar Sociología en Canadá se formó en Dirección de Cine y Actuación en Buenos Aires, ciudad donde radica. Este bagaje nutre su primera película: la familia como ícono de la sociedad, la construcción de la historia a partir de la creación de los personajes y la improvisación interpretativa, la condición de extranjero, que anunció que seguirá explorando en su próximo largometraje.
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