El Limonero Real, dirigida por Gustavo Fontán, se basa en la novela homónima de 1974 escrita por Juan José Saer. Un relato que aborda el tema del duelo y la sensibilidad de padre y madre, sobre cómo cada uno de ellos decide afrontar su pérdida y su desolación.
Soportar un duelo por la pérdida de un hijo parece una tarea imposible, un castigo que irremediablemente se tiene que aceptar, haciéndolo sin que nuestra vida se detenga. Levantarse, trabajar, comer, compartir, velar por aquellos que todavía nos acompañan y mantener el recuerdo de esa persona ausente tan cerca de nuestro corazón como podamos.
Wenceslao es un hombre pausado que refleja, con cada una de sus acciones, la sabiduría que ha alcanzado gracias al dolor. Está curtido, lleva una vida lenta en donde no pasa prácticamente nada. La cámara lo sigue mientras él, resignado, permite que otro día y otro año le pase por encima. Él se dispone a celebrar un año nuevo con sus seres queridos, mientras ella, la madre, decidió alejarse y pagar una condena por culpa del destino que le arrebató a su hijo. Con una extraordinaria fotografía que nos muestra la cotidianidad en su máxima expresión y nos enseña un paisaje soñado y luminoso, somos testigos de una celebración corriente pero con tintes amargos y nostálgicos.
En esta película pareciera que no pasa nada, pero es precisamente esta simpleza la que la hace inmensa y poética a la hora de invitarnos a pensar y a compartir ese dolor del que por una extraña razón nos sentimos cercanos.
Germán de Silva es el protagonista de esta poética película entorno a la memoria. Un actor profesional que se conectó perfectamente con los actores naturales que Fontán incluyó en la cinta. Un recurso que sirvió para otorgarle a esta historia el realismo y sensibilidad justas.
Gracias a sus manejos de cámara, Fontán hace que en una película donde aparentemente no existen los conflictos seamos nosotros los que construyamos un ambiente intenso de desolación y de angustia. No queremos estar allí, pensamos, no queremos dejar que el tiempo se nos acabe tratando de explicar los juegos de la vida y porqué se nos arrebata lo que amamos. No queremos siquiera pensarlo, pero lo hacemos, la película nos obliga.
Quiero pensar que el cine es eso, que como la literatura y la música, existe para ayudarnos a pensar en lo que no queremos, para recordarnos lo que parece hemos olvidado, para advertirnos una y otra vez sobre nuestra vulnerabilidad y nuestro lugar en el mundo, para acompañarnos pero también para ponernos en situación sobre asuntos que ignoramos por completo y a los que le tememos demasiado.
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LA AUSENCIA QUE PASA
El limonero real (2016), de Gustavo Fontán
El Limonero Real, dirigida por Gustavo Fontán, se basa en la novela homónima de 1974 escrita por Juan José Saer. Un relato que aborda el tema del duelo y la sensibilidad de padre y madre, sobre cómo cada uno de ellos decide afrontar su pérdida y su desolación.
Soportar un duelo por la pérdida de un hijo parece una tarea imposible, un castigo que irremediablemente se tiene que aceptar, haciéndolo sin que nuestra vida se detenga. Levantarse, trabajar, comer, compartir, velar por aquellos que todavía nos acompañan y mantener el recuerdo de esa persona ausente tan cerca de nuestro corazón como podamos.
Wenceslao es un hombre pausado que refleja, con cada una de sus acciones, la sabiduría que ha alcanzado gracias al dolor. Está curtido, lleva una vida lenta en donde no pasa prácticamente nada. La cámara lo sigue mientras él, resignado, permite que otro día y otro año le pase por encima. Él se dispone a celebrar un año nuevo con sus seres queridos, mientras ella, la madre, decidió alejarse y pagar una condena por culpa del destino que le arrebató a su hijo. Con una extraordinaria fotografía que nos muestra la cotidianidad en su máxima expresión y nos enseña un paisaje soñado y luminoso, somos testigos de una celebración corriente pero con tintes amargos y nostálgicos.
En esta película pareciera que no pasa nada, pero es precisamente esta simpleza la que la hace inmensa y poética a la hora de invitarnos a pensar y a compartir ese dolor del que por una extraña razón nos sentimos cercanos.
Germán de Silva es el protagonista de esta poética película entorno a la memoria. Un actor profesional que se conectó perfectamente con los actores naturales que Fontán incluyó en la cinta. Un recurso que sirvió para otorgarle a esta historia el realismo y sensibilidad justas.
Gracias a sus manejos de cámara, Fontán hace que en una película donde aparentemente no existen los conflictos seamos nosotros los que construyamos un ambiente intenso de desolación y de angustia. No queremos estar allí, pensamos, no queremos dejar que el tiempo se nos acabe tratando de explicar los juegos de la vida y porqué se nos arrebata lo que amamos. No queremos siquiera pensarlo, pero lo hacemos, la película nos obliga.
Quiero pensar que el cine es eso, que como la literatura y la música, existe para ayudarnos a pensar en lo que no queremos, para recordarnos lo que parece hemos olvidado, para advertirnos una y otra vez sobre nuestra vulnerabilidad y nuestro lugar en el mundo, para acompañarnos pero también para ponernos en situación sobre asuntos que ignoramos por completo y a los que le tememos demasiado.
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