Si usted o yo nos encontráramos un diamante en el jardín, probablemente lo confundiríamos con un pedazo de vidrio. Acaso lo pondríamos cerca a la ventana para disfrutar con su brillo. Un joyero talentoso lo habría reconocido, lo tomaría, lo tallaría y lo convertiría en una joya que se vendería por millones. Daniela Abad demuestra con su segundo largometraje, The smiling Lombana, que tiene ese talento de joyería, propio de un buen documentalista, para reconocer las historias a su alrededor, en su entorno familiar, que merecen ser contadas.
Porque la historia de Tito Lombana, sin duda alguna, lo merecía. No es muy común que un niño de extracción humilde de la Costa Caribe colombiana consiga, primero, salir de la casa de sus padres antes de los 15 años, envalentonado por el reconocimiento popular de su talento artístico. Menos común todavía es que ese muchacho gane el Salón Nacional de Artistas a los 20 años, y con la beca del premio cruce el océano para terminar sus estudios, sintiéndose como pez en el agua en el ambiente artístico de los años cincuenta en Madrid.
Lo que sigue en la vida de Lombana es una combinación de suerte, talento y carisma que terminarán por conducirlo a un camino mucho menos luminoso, que Daniela Abad, su nieta, logra reconstruir con paciencia, apelando a hermosas filmaciones de época que alguien de su familia hacía y que en sus manos y en las de su editor, Andrés Porras, logran transportarnos al pasado. Como decíamos al comienzo, Abad le saca brillo a la que ya era una historia sensacional, usando recursos tan clásicos como los testimonios, apelando a variantes ingeniosas, como usar planos abiertos con los entrevistados para que los espacios en que viven nos transmitan más información sobre ellos de la que están dispuestos a dar.
A pesar de que en la segunda mitad de la película, sin material de archivo disponible, se hace más difícil seguirle la pista a la vida de Lombana, el mérito de Daniela Abad, como en su primera cinta Carta a una sombra (2015), es conseguir una reflexión contundente sobre la sociedad colombiana a partir de una vida. Una vida que en otras manos no habría pasado de ser una anécdota cruel, de esas que los colombianos acostumbramos a no mencionar, como si el pasado desapareciera cuando lo escondemos bajo la alfombra.
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SABER PULIR DIAMANTES
The smiling Lombana (2018), de Daniela Abad
Si usted o yo nos encontráramos un diamante en el jardín, probablemente lo confundiríamos con un pedazo de vidrio. Acaso lo pondríamos cerca a la ventana para disfrutar con su brillo. Un joyero talentoso lo habría reconocido, lo tomaría, lo tallaría y lo convertiría en una joya que se vendería por millones. Daniela Abad demuestra con su segundo largometraje, The smiling Lombana, que tiene ese talento de joyería, propio de un buen documentalista, para reconocer las historias a su alrededor, en su entorno familiar, que merecen ser contadas.
Porque la historia de Tito Lombana, sin duda alguna, lo merecía. No es muy común que un niño de extracción humilde de la Costa Caribe colombiana consiga, primero, salir de la casa de sus padres antes de los 15 años, envalentonado por el reconocimiento popular de su talento artístico. Menos común todavía es que ese muchacho gane el Salón Nacional de Artistas a los 20 años, y con la beca del premio cruce el océano para terminar sus estudios, sintiéndose como pez en el agua en el ambiente artístico de los años cincuenta en Madrid.
Lo que sigue en la vida de Lombana es una combinación de suerte, talento y carisma que terminarán por conducirlo a un camino mucho menos luminoso, que Daniela Abad, su nieta, logra reconstruir con paciencia, apelando a hermosas filmaciones de época que alguien de su familia hacía y que en sus manos y en las de su editor, Andrés Porras, logran transportarnos al pasado. Como decíamos al comienzo, Abad le saca brillo a la que ya era una historia sensacional, usando recursos tan clásicos como los testimonios, apelando a variantes ingeniosas, como usar planos abiertos con los entrevistados para que los espacios en que viven nos transmitan más información sobre ellos de la que están dispuestos a dar.
A pesar de que en la segunda mitad de la película, sin material de archivo disponible, se hace más difícil seguirle la pista a la vida de Lombana, el mérito de Daniela Abad, como en su primera cinta Carta a una sombra (2015), es conseguir una reflexión contundente sobre la sociedad colombiana a partir de una vida. Una vida que en otras manos no habría pasado de ser una anécdota cruel, de esas que los colombianos acostumbramos a no mencionar, como si el pasado desapareciera cuando lo escondemos bajo la alfombra.
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