El debut cinematográfico de la directora costarricense Alexandra Latishev es arriesgado y valiente. Su apuesta por hacer visible un tema tabú en su país, como en tantos otros lugares del mundo, es exitosa cinematográficamente por la buena acogida que ha tenido en los festivales en los que ha participado y por las sensaciones que genera entre quienes hemos tenido el privilegio de verla, antes de su estreno en Costa Rica y en otros países del mundo, que de seguro la comprarán porque las reivindicaciones femeninas finalmente son taquilleras.
La historia toma prestado el nombre de la tragedia griega de Eurípides, del año 400 AC, para nombrar el drama que vive una joven estudiante universitaria embarazada. En Costa Rica solo se practican abortos si la mujer corre peligro de muerte. El embarazo se esconde, no es evidente durante buena parte de la película, como lo hace la misma María José, Mariajo en familia, y lo soslayan sus amigos, sus compañeras de rugby, su nuevo novio y hasta sus padres, muy queridos, pero totalmente ausentes. La atmósfera en la que se mueve la protagonista, el ritmo que le imprime a sus acciones son frenéticos y contagian al espectador de desazón, intranquilidad, penuria. Sensaciones que alcanzan el clímax en esa escena, en un baño pulcro, en donde ella se practica el aborto. La actriz Liliana Biamonte alcanza notabilidad por ese desgarramiento físico que se produce y que lacera no solo su cuerpo sino su ser y que logra transmitir, con enorme dosis de credibilidad a un espectador conmovido y dolido, el fin de su dolor.
La risa, el enamoramiento, la música, las escenas familiares, el juego, no logran tapar del todo que la protagonista vive un infortunio. Y lo vive en silencio, es una joven de pocas palabras, poquísimas, escasas, como los diálogos.
El italiano Pier Paolo Pasolini (1969), con la fulgurante María Callas y el danés Lars Von Trier (1978) recrearon también en cintas, siempre polémicas, a Medea. Y en cientos de representaciones de teatro en estos miles de años la historia de esa mujer dual: violenta y amante; adelantada y atávica, enamorada y vengativa, se ha relatado.
La Medea tica es descarnada y cruel y se sirve del drama de Eurípides, en varias oportunidades, siempre utilizando metáforas, que no siempre serán descifradas, pero lo que es innegable es que la cinta describe con acierto esa tragedia a la que se ven abocadas, todavía, tantas y tantas mujeres, por falta de una legislación menos pacata y conservadora que les deje conceda el derecho a optar por la maternidad.
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SER MUJER
Medea (2017), de Alexandra Latishev
El debut cinematográfico de la directora costarricense Alexandra Latishev es arriesgado y valiente. Su apuesta por hacer visible un tema tabú en su país, como en tantos otros lugares del mundo, es exitosa cinematográficamente por la buena acogida que ha tenido en los festivales en los que ha participado y por las sensaciones que genera entre quienes hemos tenido el privilegio de verla, antes de su estreno en Costa Rica y en otros países del mundo, que de seguro la comprarán porque las reivindicaciones femeninas finalmente son taquilleras.
La historia toma prestado el nombre de la tragedia griega de Eurípides, del año 400 AC, para nombrar el drama que vive una joven estudiante universitaria embarazada. En Costa Rica solo se practican abortos si la mujer corre peligro de muerte. El embarazo se esconde, no es evidente durante buena parte de la película, como lo hace la misma María José, Mariajo en familia, y lo soslayan sus amigos, sus compañeras de rugby, su nuevo novio y hasta sus padres, muy queridos, pero totalmente ausentes. La atmósfera en la que se mueve la protagonista, el ritmo que le imprime a sus acciones son frenéticos y contagian al espectador de desazón, intranquilidad, penuria. Sensaciones que alcanzan el clímax en esa escena, en un baño pulcro, en donde ella se practica el aborto. La actriz Liliana Biamonte alcanza notabilidad por ese desgarramiento físico que se produce y que lacera no solo su cuerpo sino su ser y que logra transmitir, con enorme dosis de credibilidad a un espectador conmovido y dolido, el fin de su dolor.
La risa, el enamoramiento, la música, las escenas familiares, el juego, no logran tapar del todo que la protagonista vive un infortunio. Y lo vive en silencio, es una joven de pocas palabras, poquísimas, escasas, como los diálogos.
El italiano Pier Paolo Pasolini (1969), con la fulgurante María Callas y el danés Lars Von Trier (1978) recrearon también en cintas, siempre polémicas, a Medea. Y en cientos de representaciones de teatro en estos miles de años la historia de esa mujer dual: violenta y amante; adelantada y atávica, enamorada y vengativa, se ha relatado.
La Medea tica es descarnada y cruel y se sirve del drama de Eurípides, en varias oportunidades, siempre utilizando metáforas, que no siempre serán descifradas, pero lo que es innegable es que la cinta describe con acierto esa tragedia a la que se ven abocadas, todavía, tantas y tantas mujeres, por falta de una legislación menos pacata y conservadora que les deje conceda el derecho a optar por la maternidad.
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