Dentro de una modesta casa en Buenos Aires seguimos los pasos de Axel, un niño curioso y creativo que le gusta esculpir, los mapas y la astrofísica, inmerso en su mundo interior como evasión al entorno de su hogar. Allí deambulan junto a él sus tres hermanas, Antonia, Alejandra y Alicia, también sumergidas en sí mismas con sus peculiaridades, desasosiegos o anhelos en un ambiente claustrofóbico y a la merced de su madre Margarita, quien permanece encerrada en un cuarto sin mostrar jamás el rostro; tan solo se escucha una cándida voz abrumadora por una pequeña ventana. Mientras interactúan entre ellos, en el transcurrir de una noche, se irán desvelando, o quizá no, rencillas pendientes y densas nostalgias por un pasado difuso, al parecer mejor.
La ópera prima de Vladimir Durán es una “concatenación” de momentos íntimos entre los miembros de una singular familia disfuncional. Observando en cada uno ciertas virtudes, carencias, búsquedas y barreras internas durante sus interacciones, mientras conviven con las manías u obsesiones de sus volubles identidades. Sin embargo, como obra es dispersa, pues además de presentar un tenue –casi inexistente- hilo conductor o intención de una trama, no desarrolla a esos individuos más allá de lo anecdótico o de la simple caracterización. Los potenciales matices quedan truncados por una floja narrativa fragmentada, sin ritmo ni constancia.
En lugar de mostrar seres humanos con sus grises, tan solo hay entes artificiales con vacuas motivaciones en sus actos y aparentando complejidad, ambigüedad e incertidumbre. Sus características supuestamente únicas jamás edifican el espectro de un alma, son mero adorno. En otras palabras, criaturas apenas delineadas e incapaces de mirarse, no por unos traumas o flagelos, sino porque la película misma evita hacerlo.
Se podría decir que en un afán de evitar las convenciones del drama familiar, a través del enigma y de las tensiones no resueltas, la película termina por desestimar la necesidad de una forma concreta y dispuesta a la comprometida experimentación. Por supuesto que es válido dejar elementos o conclusiones abiertas en el cine, pero cuando el esqueleto es endeble y arbitrario dejan de importar las preguntas que surjan, aún menos sus prescindibles respuestas.
Adiós entusiasmo quiere ser auténtica pero al final banaliza su contenido y perjudica una posible reflexión sobre la desconexión e incomunicación humana. Sencillamente no sabe transmitir lo expuesto, ni mucho menos generar sensaciones realmente profundas acerca de las bellas imperfecciones del ser.
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UNA SINGULAR FAMILIA DISFUNCIONAL
Adiós Entusiasmo, de Vladimir Durán (2017)
Dentro de una modesta casa en Buenos Aires seguimos los pasos de Axel, un niño curioso y creativo que le gusta esculpir, los mapas y la astrofísica, inmerso en su mundo interior como evasión al entorno de su hogar. Allí deambulan junto a él sus tres hermanas, Antonia, Alejandra y Alicia, también sumergidas en sí mismas con sus peculiaridades, desasosiegos o anhelos en un ambiente claustrofóbico y a la merced de su madre Margarita, quien permanece encerrada en un cuarto sin mostrar jamás el rostro; tan solo se escucha una cándida voz abrumadora por una pequeña ventana. Mientras interactúan entre ellos, en el transcurrir de una noche, se irán desvelando, o quizá no, rencillas pendientes y densas nostalgias por un pasado difuso, al parecer mejor.
La ópera prima de Vladimir Durán es una “concatenación” de momentos íntimos entre los miembros de una singular familia disfuncional. Observando en cada uno ciertas virtudes, carencias, búsquedas y barreras internas durante sus interacciones, mientras conviven con las manías u obsesiones de sus volubles identidades. Sin embargo, como obra es dispersa, pues además de presentar un tenue –casi inexistente- hilo conductor o intención de una trama, no desarrolla a esos individuos más allá de lo anecdótico o de la simple caracterización. Los potenciales matices quedan truncados por una floja narrativa fragmentada, sin ritmo ni constancia.
En lugar de mostrar seres humanos con sus grises, tan solo hay entes artificiales con vacuas motivaciones en sus actos y aparentando complejidad, ambigüedad e incertidumbre. Sus características supuestamente únicas jamás edifican el espectro de un alma, son mero adorno. En otras palabras, criaturas apenas delineadas e incapaces de mirarse, no por unos traumas o flagelos, sino porque la película misma evita hacerlo.
Se podría decir que en un afán de evitar las convenciones del drama familiar, a través del enigma y de las tensiones no resueltas, la película termina por desestimar la necesidad de una forma concreta y dispuesta a la comprometida experimentación. Por supuesto que es válido dejar elementos o conclusiones abiertas en el cine, pero cuando el esqueleto es endeble y arbitrario dejan de importar las preguntas que surjan, aún menos sus prescindibles respuestas.
Adiós entusiasmo quiere ser auténtica pero al final banaliza su contenido y perjudica una posible reflexión sobre la desconexión e incomunicación humana. Sencillamente no sabe transmitir lo expuesto, ni mucho menos generar sensaciones realmente profundas acerca de las bellas imperfecciones del ser.
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