Sexo, mentiras y video (sex, lies, and videotape), 1998, de Steven Soderbergh
Sexo, mentiras y video es todo el cine y la ambición de un creador que siempre va explorando nuevas formas de presentar su arte. Contrario a lo anterior, y a su éxito artístico o comercial, sus premisas argumentales han variado poco y en ellas se tienen seres menores e incompletos peleando batallas morales que vuelven a equilibrar su sentido de justicia y verdad.
Precuela
El 20 de enero de 1989 el actor Ronald Reagan terminaba sus ocho años de mandato en la Casa Blanca. “Greed is good” reconoció Gordon Gekko (Wall Street, 1987) cuando la avaricia se había desvestido de atuendos pecaminosos a finales de la década de los 80. Ese mismo día, el Festival de Cine de Sundance presentaba la ópera prima de un tal Steven Soderbergh: Sexo, mentiras y video (sex, lies, and videotape, 1989). Una película de bajísimo presupuesto, 1.2 millones de dólares, escrita en apenas ocho días por su director. “Greed” también se traduce como ambición...
La leyenda sobre Sexo, mentiras y video cuenta que el novel director llegó a Cannes dejando que Scola, Tornatore, Kusturica, Hudson, Jarmush, entre otros grandes nombres, le aplaudieran al levantar él la Palm d’Or. Los “baby boomers” se tomaban así, también, la croisette.
Cuando esta película llegó a Colombia yo seguía siendo un adolescente y su clasificación, para mayores de dieciocho años, sumado a los rumores que me llegaron sobre ella, donde lo que me seducía del título quedaba sin el sustento en el contenido, evitaron un inoportuno visionado por mi parte por falta de contexto y madurez. Sin embargo, el tiempo pasa y las motivaciones cambian y como resultado llegué a Sexo, mentiras y video movido por cuestiones menos viscerales: la primera tiene que ver con el impulso que ella dio al cine independiente gringo; y la segunda, tener uno de los premios más codiciado bajo las premisas de su presupuesto y guion.
Son parte de la leyenda de esta película ciertas palabras que se le atribuyen a Soderbergh al recibir la Palma: “De acá en adelante todo será en bajada”. Y ¿cómo no creerlo? Veintiséis años y semejante premio debajo del brazo. Su carrera de allí en adelante ha sido una constante montaña rusa por la falta de continuidad, decidido a explorar hibridaciones entre los modelos de un Hollywood demasiado tradicional, y otro determinado por la impresión de lo personal en cada proyecto. El peso del éxito de esta ópera prima también representó un fardo para los actores a los que parece haber quemado como combustible para elevarse.James Spader, galardonado como Mejor Actor en ese Cannes de 1989, tenía una trayectoria antes de interpretar a Graham Dalton; sin embargo, después de esta grandiosa actuación, él, de cierta manera, entró en irrelevancia. Peter Gallagher, como John Mullany, y Laura San Giacomo en el papel de Cynthia Patrice Bishop, no eran considerados estrellas y nunca han tenido una presencia importante en la pantalla gigante. La excepción es esta figura llamada Andie MacDowell. Ella encarnó a Ann Bishop Mullany y logró con ello hacerse a un espacio en el cine después de su fracaso como Jane en el Tarzán de Hudson —Glenn Close dobló su voz—. Todo un milagro en esta industria implacable.
Sin lugar a dudas la escasez de locaciones, la sencillez de la historia y la falta de cinética de los personajes en Sexo mentiras y video permite que el acento de lo planteado por Soderbergh caiga en sus diálogos. Y funciona porque los rostros y el lenguaje corporal de sus protagonistas son el arco donde se tensa el drama. Así que resulta extraño que sus actores no hayan logrado llegar a otro lugar en sus carreras después de este film.
El asalto de los “baby boomers”
En esta narración de tres actos se pueden ver reflejadas las inquietudes morales y estéticas de Soderbergh. Por un lado, la mentira, el débil contra el fuerte, el recién llegado como elemento perturbador. Y del lado estético, pues, el quehacer de Soderbergh está marcado por el subyugar la estética a la historia que se quiere contar. Asunto que le ha llevado por un constante innovar tanto en los ritmos de los movimientos de cámara como el uso de ciertos ángulos no tan usuales dentro de la sintaxis cinematográfica. Y por supuesto, esa anterior tecnicidad remachada con el humor sutil de sello propio. Pero además, para este que escribe, Sexo, mentiras y video denota una capacidad de crítica adelantada más allá de la obvia invasión de videos sexuales autorizados o vindicativos en las Redes Sociales que presenciamos hoy. Soderbergh hace su análisis de lo que significó para la sociedad estadounidense el paso de Reagan por la presidencia.
Ya en los primeros minutos el director deja claro el carácter, la ambición y la forma de proceder de los personajes, y cómo supone un cambio con el antiguo deber ser previo a la reaganomics. Además, y excepto por John, también sabemos sus inseguridades. El montaje superpone la voz de Ann, afanada por asuntos que están fuera de su órbita, con escenas de Graham preparándose para la llegada a su pueblo natal y encontrarse con su amigo John. Un corte nos deja en medio de una conversación telefónica poco discreta en la radiante oficina de este último. Luego volvemos a oír la charla de Ann sobre sus problemas sexuales con su esposo John, pero le vemos a él juguetear con Cynthia, la hermana de Ann. Una ama de casa, un marido proveedor y dos desubicados. El statu quo conservador de cualquier familia de clase media en EEUU, para los que Cynthia es “extrovertida” y Graham está “un poco perdido”.
El juego de seducción que va entre un impotente y una inapetente eleva la apuesta cuando Graham le revela a Ann su problema, y ella no es capaz de controlar su lenguaje corporal con sus manos que suben y bajan nerviosas por el tallo de la copa. Nada más sexualmente atractivo que ser la cura del otro. Tanto que la filia de Graham despierta en Ann celos por él. Así, en una conversación con Cynthia sobre los videos sexuales que él hace de mujeres, ella le castra metafóricamente cortando en rodajas una zanahoria. Graham aparece frío y firme en su determinación de no mentir y parece no ser capaz de responder con nada menos que la verdad ante una pregunta; sin embargo, eso no significa que no se guarde cosas, y eso para algunos es falta de honestidad. ¿Lo es?, ¿no se entera él de lo que va ocurriendo con la apacible Ann, la esposa de su amigo?
Su amigo, que es también su contraparte, John, un yuppie que asume su forma de vida como una forma superior de ella y casi la única manera de vivirla, que prejuzga la forma de vestir de Graham e infiere que por ello él no es confiable. Él, abogado, que observa todo bajo la lupa de la legalidad, es un mentiroso impenitente, como cuando habla con su secretaria para posponer una cita de negocios mientras la fotografía de Ann le “mira” para encontrarse con su amante Cynthia. Vale mencionar que el pecado de Cynthia, a los ojos de la moral protestante, pesa menos que el de John, y ella le dice a su amante: “Tú te acuestas con la hermana de tu esposa. Eres un mentiroso … yo no le juré a Dios serle fiel a Ann”. El autor reconocía la pésima herencia ética que dejaban ocho años de política neoliberal en la cotidianidad gringa a través de John: un prejuicioso y tramposo que cree que las reglas no le aplican a él, pero sí a los demás. Allí Soderbergh, adelantado, desmonta preconceptos y cuestiona los comportamientos tan de moda en su sociedad en 1989 mientras habla también de dónde y cómo reencontrar la confiabilidad.
Otro final
El director fue convencido por sus productores para agregar unos minutos más a la película. Para darle cierta justicia, así es que John es descubierto y además pierde su empleo. Con todo y el final aleccionador y moralizante no cabe ningún reclamo al director, y la película sigue siendo una maravilla y su denuncia ya se ve allí durante todo el metraje. En el final original imaginado por Soderbergh John se sale con la suya y no es descubierto; Graham se iba de la ciudad. Hoy, treinta años después del estreno de Sexo, mentiras y video, y en la fácil labor de profetizar el pasado, ese final imaginado por Soderbergh es más perturbador por cuanto el personaje que gobierna a los EEUU es otro tipo venido de la industria del entretenimiento. Además, la escasez de sus límites y la abundancia de sus apetitos le hacen el arquetipo de John Mullany.
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VERDAD Y TIEMPO
Sexo, mentiras y video (sex, lies, and videotape), 1998, de Steven Soderbergh
Sexo, mentiras y video es todo el cine y la ambición de un creador que siempre va explorando nuevas formas de presentar su arte. Contrario a lo anterior, y a su éxito artístico o comercial, sus premisas argumentales han variado poco y en ellas se tienen seres menores e incompletos peleando batallas morales que vuelven a equilibrar su sentido de justicia y verdad.
Precuela
El 20 de enero de 1989 el actor Ronald Reagan terminaba sus ocho años de mandato en la Casa Blanca. “Greed is good” reconoció Gordon Gekko (Wall Street, 1987) cuando la avaricia se había desvestido de atuendos pecaminosos a finales de la década de los 80. Ese mismo día, el Festival de Cine de Sundance presentaba la ópera prima de un tal Steven Soderbergh: Sexo, mentiras y video (sex, lies, and videotape, 1989). Una película de bajísimo presupuesto, 1.2 millones de dólares, escrita en apenas ocho días por su director. “Greed” también se traduce como ambición...
La leyenda sobre Sexo, mentiras y video cuenta que el novel director llegó a Cannes dejando que Scola, Tornatore, Kusturica, Hudson, Jarmush, entre otros grandes nombres, le aplaudieran al levantar él la Palm d’Or. Los “baby boomers” se tomaban así, también, la croisette.
Cuando esta película llegó a Colombia yo seguía siendo un adolescente y su clasificación, para mayores de dieciocho años, sumado a los rumores que me llegaron sobre ella, donde lo que me seducía del título quedaba sin el sustento en el contenido, evitaron un inoportuno visionado por mi parte por falta de contexto y madurez. Sin embargo, el tiempo pasa y las motivaciones cambian y como resultado llegué a Sexo, mentiras y video movido por cuestiones menos viscerales: la primera tiene que ver con el impulso que ella dio al cine independiente gringo; y la segunda, tener uno de los premios más codiciado bajo las premisas de su presupuesto y guion.
Son parte de la leyenda de esta película ciertas palabras que se le atribuyen a Soderbergh al recibir la Palma: “De acá en adelante todo será en bajada”. Y ¿cómo no creerlo? Veintiséis años y semejante premio debajo del brazo. Su carrera de allí en adelante ha sido una constante montaña rusa por la falta de continuidad, decidido a explorar hibridaciones entre los modelos de un Hollywood demasiado tradicional, y otro determinado por la impresión de lo personal en cada proyecto. El peso del éxito de esta ópera prima también representó un fardo para los actores a los que parece haber quemado como combustible para elevarse. James Spader, galardonado como Mejor Actor en ese Cannes de 1989, tenía una trayectoria antes de interpretar a Graham Dalton; sin embargo, después de esta grandiosa actuación, él, de cierta manera, entró en irrelevancia. Peter Gallagher, como John Mullany, y Laura San Giacomo en el papel de Cynthia Patrice Bishop, no eran considerados estrellas y nunca han tenido una presencia importante en la pantalla gigante. La excepción es esta figura llamada Andie MacDowell. Ella encarnó a Ann Bishop Mullany y logró con ello hacerse a un espacio en el cine después de su fracaso como Jane en el Tarzán de Hudson —Glenn Close dobló su voz—. Todo un milagro en esta industria implacable.
Sin lugar a dudas la escasez de locaciones, la sencillez de la historia y la falta de cinética de los personajes en Sexo mentiras y video permite que el acento de lo planteado por Soderbergh caiga en sus diálogos. Y funciona porque los rostros y el lenguaje corporal de sus protagonistas son el arco donde se tensa el drama. Así que resulta extraño que sus actores no hayan logrado llegar a otro lugar en sus carreras después de este film.
El asalto de los “baby boomers”
En esta narración de tres actos se pueden ver reflejadas las inquietudes morales y estéticas de Soderbergh. Por un lado, la mentira, el débil contra el fuerte, el recién llegado como elemento perturbador. Y del lado estético, pues, el quehacer de Soderbergh está marcado por el subyugar la estética a la historia que se quiere contar. Asunto que le ha llevado por un constante innovar tanto en los ritmos de los movimientos de cámara como el uso de ciertos ángulos no tan usuales dentro de la sintaxis cinematográfica. Y por supuesto, esa anterior tecnicidad remachada con el humor sutil de sello propio. Pero además, para este que escribe, Sexo, mentiras y video denota una capacidad de crítica adelantada más allá de la obvia invasión de videos sexuales autorizados o vindicativos en las Redes Sociales que presenciamos hoy. Soderbergh hace su análisis de lo que significó para la sociedad estadounidense el paso de Reagan por la presidencia.
Ya en los primeros minutos el director deja claro el carácter, la ambición y la forma de proceder de los personajes, y cómo supone un cambio con el antiguo deber ser previo a la reaganomics. Además, y excepto por John, también sabemos sus inseguridades. El montaje superpone la voz de Ann, afanada por asuntos que están fuera de su órbita, con escenas de Graham preparándose para la llegada a su pueblo natal y encontrarse con su amigo John. Un corte nos deja en medio de una conversación telefónica poco discreta en la radiante oficina de este último. Luego volvemos a oír la charla de Ann sobre sus problemas sexuales con su esposo John, pero le vemos a él juguetear con Cynthia, la hermana de Ann. Una ama de casa, un marido proveedor y dos desubicados. El statu quo conservador de cualquier familia de clase media en EEUU, para los que Cynthia es “extrovertida” y Graham está “un poco perdido”.
El juego de seducción que va entre un impotente y una inapetente eleva la apuesta cuando Graham le revela a Ann su problema, y ella no es capaz de controlar su lenguaje corporal con sus manos que suben y bajan nerviosas por el tallo de la copa. Nada más sexualmente atractivo que ser la cura del otro. Tanto que la filia de Graham despierta en Ann celos por él. Así, en una conversación con Cynthia sobre los videos sexuales que él hace de mujeres, ella le castra metafóricamente cortando en rodajas una zanahoria. Graham aparece frío y firme en su determinación de no mentir y parece no ser capaz de responder con nada menos que la verdad ante una pregunta; sin embargo, eso no significa que no se guarde cosas, y eso para algunos es falta de honestidad. ¿Lo es?, ¿no se entera él de lo que va ocurriendo con la apacible Ann, la esposa de su amigo?
Su amigo, que es también su contraparte, John, un yuppie que asume su forma de vida como una forma superior de ella y casi la única manera de vivirla, que prejuzga la forma de vestir de Graham e infiere que por ello él no es confiable. Él, abogado, que observa todo bajo la lupa de la legalidad, es un mentiroso impenitente, como cuando habla con su secretaria para posponer una cita de negocios mientras la fotografía de Ann le “mira” para encontrarse con su amante Cynthia. Vale mencionar que el pecado de Cynthia, a los ojos de la moral protestante, pesa menos que el de John, y ella le dice a su amante: “Tú te acuestas con la hermana de tu esposa. Eres un mentiroso … yo no le juré a Dios serle fiel a Ann”. El autor reconocía la pésima herencia ética que dejaban ocho años de política neoliberal en la cotidianidad gringa a través de John: un prejuicioso y tramposo que cree que las reglas no le aplican a él, pero sí a los demás. Allí Soderbergh, adelantado, desmonta preconceptos y cuestiona los comportamientos tan de moda en su sociedad en 1989 mientras habla también de dónde y cómo reencontrar la confiabilidad.
Otro final
El director fue convencido por sus productores para agregar unos minutos más a la película. Para darle cierta justicia, así es que John es descubierto y además pierde su empleo. Con todo y el final aleccionador y moralizante no cabe ningún reclamo al director, y la película sigue siendo una maravilla y su denuncia ya se ve allí durante todo el metraje. En el final original imaginado por Soderbergh John se sale con la suya y no es descubierto; Graham se iba de la ciudad. Hoy, treinta años después del estreno de Sexo, mentiras y video, y en la fácil labor de profetizar el pasado, ese final imaginado por Soderbergh es más perturbador por cuanto el personaje que gobierna a los EEUU es otro tipo venido de la industria del entretenimiento. Además, la escasez de sus límites y la abundancia de sus apetitos le hacen el arquetipo de John Mullany.
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