En la región Andina, Diana Ospina Obando destaca el trabajo de Clare Weiskopf y Natalia Santa. Se repasan sus procesos creativos, la construcción de una primera obra y los desafíos encontrados para pasar a la segunda.
En agosto de 2017, me atrevo a decir que por primera vez en nuestra historia cinematográfica, se estrenaron cuatro películas dirigidas por mujeres en salas de cine comercial, entre ellas estaban Amazona, un documental codirigido por Clare Weiskopf, y La defensa del dragón de Natalia Santa. Clare y Natalia, radicadas en Bogotá, se encuentran, en la actualidad, en el proceso de realizar un segundo largometraje. Las dos se han enfrentado a las vicisitudes propias de los procesos creativos y a las dificultades que conlleva el oficio de cineasta en un país como Colombia, cada una lo ha hecho desde registros diferentes: Weiskopf en el documental, Santa en la ficción. Dialogar con ellas, revisar sus recorridos, permite reflexionar sobre diversos temas: el oficio, las intuiciones, la búsqueda de un estilo, las implicaciones de hacer una película en Colombia y el proceso de emprender el desafío de realizar una segunda.
Inicios
Es una pregunta habitual a las(os) creadoras(es) indagar por el momento en que sintieron el llamado, ¿cuándo y cómo descubrieron qué querían, en este caso, comunicar algo de una manera visual? Tanto Clare como Natalia mostraron interés por el cine desde temprana edad, aunque por razones diferentes. A los 16 años, Clare tuvo, por primera vez, la idea de que le gustaría hacer un documental sobre su mamá. No deja de ser sorprendente que la intuición sea tan precisa y clara, la adolescente intuía que la vida atípica de su madre inglesa podía ser material para una película. Efectivamente, Valerie, su madre, no dudó en separarse de su marido colombiano y de las comodidades que tenía junto a él y sus dos hijas para emprender una búsqueda personal, la misma que la llevaría, años después, a dejar a Clare y Diego, los dos producto de una segunda relación, para partir a recorrer el río Putumayo. “Sabía que era un gran personaje”, dice sin dudarlo Clare. De manera paralela, y no menos importante, está la presencia e influencia de Carolina, su medio hermana mayor, fallecida en la tragedia de Armero y quien se encontraba allí, justamente, para realizar un documental, “sin duda la admiración que yo sentía por esa hermana mayor que estudiaba cine, a la que no pude conocer tanto, me influenció.” El mundo audiovisual también se encontraba presente en la casa de Natalia gracias a su madre, Fabiola Carrillo, quien lleva muchos años escribiendo guiones para televisión. Si algo le gusta a Natalia, basta hablar unos minutos con ella para saberlo, son las historias, por eso no extraña que al graduarse del colegio sus intereses estuvieran por el lado de las artes, la literatura y el cine. Finalmente, escogió literatura, “fue el camino fácil” acepta ella, “me gustaba leer, escribía bien, me sentía cómoda en esa carrera mientras que el arte y, particularmente el cine, me generaban más inquietudes. Cuando me gradué la carrera existía en la Nacional, sabía que se presentaban muchos para muy pocos cupos, temerosa del fracaso ni me presenté. Pensé en hacerlo después.” Con esa idea en la cabeza se dedicó a la literatura y al graduarse trabajó en la editorial Alfaguara durante un tiempo, el suficiente para saber que los horarios de oficina y no poder disfrutar de las lecturas la agobiaba. Dejó todo para irse a Nueva York a buscarse, no se encontró, o eso cree, pero, ese tiempo allí, sí le permitió saber que seguir el camino de la academia, otra opción que indagó, tampoco era lo quería hacer. La trajo de vuelta a Colombia la proposición de su mamá de trabajar escribiendo una telenovela junto a ella. Dos años y doscientos capítulos después Natalia lo tenía claro: “Cuando terminé supe que lo que quería hacer en la vida era escribir para audiovisual.” Ese ha sido su oficio desde entonces. Clare, por su lado, cumplió 18 años en la mítica escuela de cine de San Antonio de los Baños, de allí partió a estudiar foto fija a Inglaterra. Cuando ya tenía todo listo para estudiar cine en Escocia decidió regresar, se sentía muy sola en Europa y no se sintió capaz de seguir allí. Decidió entonces estudiar comunicación social con énfasis en audiovisual en la Universidad Javeriana. Su formación e interés la llevaron a la televisión, donde trabajó durante casi 10 años. Ese tiempo, sin duda, lo aprovechó al máximo: fue asistente de dirección de uno de los programas periodísticos de mayor audiencia del país: Especiales Pirry; se llevó dos Premios Simón Bolívar a la casa; recorrió gran parte del país y exploró diversos temas: "Disfruté esa época en la televisión, aprendí muchas cosas, cómo investigar, cómo contar una historia, lo que no era chévere era la imposibilidad, por los tiempos de la T.V, de profundizar en los temas, la rapidez de la televisión no lo permite y, además, uno nunca es dueño de lo que hace al final".
Transición al mundo del cine
Tanto Clare como Natalia tuvieron claro en un momento que deseaban pasar de la televisión a la gran pantalla, transición que un lector desprevenido puede considerar sencilla pero que, en realidad, no lo es para nada. Son dos lenguajes distintos en los que se enfrentan retos muy diferentes. Curiosamente, una profunda similitud que tienen las dos -y que probablemente descubran cuando lean estas líneas- es que en sus procesos creativos han sido pieza fundamental sus respectivas parejas que, a su vez, tienen en común ser fotógrafos. Clare conoció a Nicolás Van Hemelryck gracias a Valerie, su madre. Nicolás, tras graduarse como arquitecto, había emprendido un viaje en bicicleta por América latina que lo llevó, después de muchos meses, al Amazonas, donde terminó conociendo a Val que es, valga decirlo, todo un personaje en Leticia. Como lo dice Clare en su documental, Val intuyó que ese hombre podría ser perfecto para su hija. No se equivocó. Durante los primeros meses de la relación, Clare expresó su deseo adolescente que no la había abandonado: hacer un documental sobre su mamá, para su sorpresa a Nicolás le pareció una gran idea, “Hagámoslo”, dijo sin titubear. Hacía ya un tiempo que él sentía que su destino no estaba únicamente en la arquitectura, llevaba un tiempo explorando con éxito su faceta de fotógrafo y siempre le había atraído la idea de hacer una película. En ese momento se puso en marcha un proyecto conjunto que lograría materializarse años después.
Natalia, por su parte, sabía que además de escribir para televisión, de materializar los proyectos de otros, quería realizar su propia obra. Muchos de sus amigos encontraron en la literatura, las novelas, cuentos o poesía, una manera de contar sus propias historias, Natalia sabía que lo suyo no estaba por ahí sino en lo audiovisual. Buscando realizar la transición de un lenguaje al otro, se lanzó a escribir un guion al que tituló Trece con el que ganó un estímulo para desarrollo del guion del Fondo de desarrollo cinematográfico (FDC). El asesor que le adjudicaron fue Rodrigo Moreno, director argentino de Réimon y Un mundo misterioso: “él fue súper duro conmigo en las criticas y cuando terminó el proceso con él supe que había encontrado un lugar de expresión.” Finalmente, este proyecto nunca se realizó, pero la experiencia no solo le sirvió para corroborar que eso era lo que quería hacer sino que, además, le abrió una puerta inesperada, “Rodrigo me dijo que por qué no la dirigía, yo no me sentía capaz pero él me animó porque me decía que la manera en la que escribo refleja una claridad visual muy grande”. La idea le quedó dando vueltas en la cabeza. Junto a su marido, Iván Herrera, un biólogo que descubrió en la fotografía su gran pasión, experimentaron con la realización de videos y cortos. Una serie de fotografías de Iván, quien también es ajedrecista, realizadas en el centro de la ciudad, fueron la inspiración para que Natalia se sentara a escribir un nuevo guion: La defensa del dragón. Natalia imaginó las historias tras los personajes que intuía podían moverse en esos espacios tan emblemáticos del centro (Club de ajedrez Lasker, La Normanda, entre otros) amenazados por el crecimiento y la modernización de la ciudad. Ganó de nuevo un estímulo para desarrollo del guion del FDC y la asesora de entonces, Ana Sanz Magallón, dictaminó lo mismo que Rodrigo Moreno en el pasado: “Deberías dirigir ese proyecto porque tú escribes como si fueras directora”. Que dos personas, conocedoras del oficio, se lo dijeran y ver que el guion en el que había trabajado a su regreso de Nueva York junto a su mamá había sido completamente modificado al ser llevado a la pantalla chica, “cambió tanto que ya no queríamos ni tener el crédito”, terminó por convencerla de dirigir su propia obra.
Por su lado, Clare y Nicolás habían tomado la decisión de realizar el ansiado documental, juntos encontraron la fuerza para soltarlo todo y lanzarse a la aventura. A diferencia de Natalia, ellos no tenían un guion, Clare llevaba muchos años haciendo televisión pero ignoraba cómo realizar una película. Tomaron una cámara y se fueron a grabar mientras iniciaron una investigación que les permitiera reconstruir la vida de Val. Al inicio la idea era centrarse en ella y en sus diversas aventuras, eso fue modificándose y abriendo paso a una indagación más personal sobre la relación de Clare con esa madre audaz y valiente que también se había ausentado en varios momentos claves de su vida. Tanto en el caso de Clare, como en el de Natalia, decidir realizar una película fue un salto al vacío hacia algo desconocido. Natalia sentía que no haber estudiado cine la ponía delante de un reto mayúsculo, no era para menos. Curiosamente, Clare, que sí había estudiado cine (había asistido a talleres y el enfasis de su carrera había sido ese) y que precisamente, gracias a eso, sabía que el lenguaje que le interesaba utilizar era el del documental, no es que sintiera por eso que sabía exactamente lo que quería hacer y cómo llevarlo a cabo. En los dos casos concuerdan en algo: no dimensionaban el reto enorme en el que se estaban metiendo, fue mejor así, de haberlo sabido quizás no se hubieran atrevido a dar ese paso.
Hacer una película
Clare inició un proceso no solo arduo de trabajo sino de sumergirse en su propia historia. Como es evidente en el documental, y, finalmente, en cualquier relación familiar, las cosas no son solo de una manera, uno puede admirar a su madre y no por eso no juzgarla o sentirse herida por sus decisiones. La fuerza de Amazona, lo que ha permitido, sin duda, que tanta gente conecte con esta historia particular, radica precisamente en la manera como logra presentar, sin juzgar, a Val, mientras hace evidentes los lazos de amor y dolor que nos unen a nuestros seres queridos. Sin duda, en todo este proceso, la presencia de Nicolás, el tercero en medio de esta relación y el que ayudaba a tomar distancia, fue decisiva. Al inicio, Clare y Nicolás hicieron unas primeras grabaciones y con ese material incipiente, en el que, sin embargo, ya era posible apreciar el potencial del personaje y de la historia que querían contar, iniciaron un crowdfunding. Superaron con creces la meta establecida y creyeron que con eso sería suficiente, en realidad era solo el inicio. No conocían realmente a nadie del medio, ni sabían por dónde empezar. Todo fue un aprendizaje, como lo explica Nicolás, que los llevó a postularse a diferentes estímulos y ayudas: “El proceso de hacer Amazona fue hacer una maestría del tema, gracias a los diferentes talleres en los que tuvimos la oportunidad de participar, descubrimos que el documental no es una verdad objetiva, hicimos conciencia, en ese sentido, de que no existe la realidad, nunca un documental es real, por ejemplo en Amazona, contar una vida de 80 años en una hora y media ya lo hace irreal. La realidad existe en la mirada del creador, ahí está la verdad y ahí está la subjetividad, que es lo valioso.” Durante ese tiempo, en el que investigaban, filmaban y buscaban financiación, perdieron un embarazo y llevaron a feliz término otro. Todo esto quedó registrado en el documental, contar la historia de Val terminó por transformarse también en la búsqueda de una hija por encontrar respuestas antes de convertirse ella misma en madre. Horas y horas de grabación debían, ahora, convertirse en una película. Ahí Clare y Nicolás descubrieron la importancia de rodearse de un buen equipo técnico: “el equipo de posproducción volvió algo hecho en casa en una película.” Ese fue un aprendizaje intenso y duro sobre cómo vender y promocionar un proyecto. Finalmente, la historia de esta madre tan alejada de los estereotipos que existen sobre la maternidad y que se pregunta abiertamente si el amor materno debe implicar sacrificarse, dejar atrás sus sueños propios, consiguió que en diferentes lugares se interesaran por el tema y apoyaran el desarrollo de la película.
No fue lo mismo para Natalia Santa y su universo masculino en el centro de Bogotá. Tras el estímulo obtenido para el desarrollo del guion, ganó en el 2014 un segundo, esta vez para desarrollarlo. Con ese dinero en el bolsillo sentía que tenía la tranquilidad para llevar a cabo el proyecto aunque eso no impidió que buscara ganar algún otro tipo de financiación, no sucedió: “Yo era una mujer colombiana, haciendo una película de hombres que no están muertos de hambre, ni son victimas del conflicto, sino una clase media, urbana, en un país lleno de conflictos que quieren escuchar afuera. En mi historia no hay drogas, ni maltrato físico, ni armas, además, soy una mujer directora y ni siquiera hablo de mujeres ni estoy denunciando nada. El caso es que la idea no se vendía, no la entendían ni les interesaba”. Difícil, escuchándola, no cuestionarse sobre lo que se espera, muchas veces, de una película colombiana o, peor aún, de lo que se cree debería ser una película dirigida por una mujer. Sin duda, lo que descolocó a muchos frente a este proyecto es que una mujer joven estuviera hablando de retratar un universo, no solo completamente masculino, sino, además, conformado por hombres mayores que pasan sus días en unos lugares del centro de la ciudad en donde han tejido sus relaciones más profundas. Hombres frágiles, vulnerables, que se han quedado estancados, que difícilmente afrontan los cambios y que, como Samuel, el protagonista, fuera del club de ajedrez donde se ha labrado una reputación y es querido, son considerados unos fracasados. Sin embargo, los rechazos no le quitaron impulso a Natalia, que conformó un equipo para realizar el rodaje, entre el que se encontraba su esposo, junto a Nicolás Ordoñez, en la dirección de fotografía. Decidieron que el gran triunfo sería lograr sacar adelante este proyecto, lograr hacer una película, y estrenarla en cine. Así, sin más expectativas, afrontaron el reto. Si para Clare y Nicolás la grabación fue un proceso, no diré que fluído, pero realizado de manera casera y que solo dependía de ellos dos. Natalia se enfrentó al reto de estar al frente de un equipo de grabación sin haberlo hecho nunca. Como guionista estaba acostumbrada a controlarlo todo y depender solo de ella en la creación de un universo, aquí, al contrario, debía dirigir un grupo de 30 personas. No era la única dificultad, los que habían estudiado cine no entendían su atrevimiento y miraban con recelo algunas de sus decisiones, al equipo técnico (encargados de los cables, la electricidad, etc.) le pesaba recibir órdenes de una mujer y tampoco la tomaban tan en serio. Clare piensa que hay muchas más mujeres haciendo documental, quizás porque se manejan equipos más pequeños a diferencia de la ficción “siento admiración por las que dirigen ficción porque creo que aún estamos en un mundo muy machista y es difícil lograr imponerse y ser respetada, sobre todo en equipos tan grandes donde hay tantos técnicos acostumbrados a ser dirigidos por hombres”. Efectivamente, Clare, en su paso por la televisión, sintió la misma discriminación que señaló Natalia. “Además” añadió Clare “ aún estamos muy en desventaja en relación a los sueldos. Esto no debería ser ya un tema, que tengamos que hablar de esto, que aún sea vigente preguntar si dirigir siendo hombre o mujer es diferente, el día que ya no haya paneles de mujeres en el cine, por ejemplo, ese será el día en que ya hayamos logrado una verdadera igualdad”. Aparte de esto, otro de los grandes retos que enfrentó Natalia fue el de dirigir actores, aunque tomó unos talleres para prepararse, no es lo mismo estar afrontando ese momento: “El primer día de rodaje se me fue la voz. Se acababa el día de grabación y yo apenas estaba entendiendo cómo se hacia todo. Durante la última semana de rodaje al fin entendí cómo hablarle a los actores, en esos días grabé escenas que me gustan, que puedo ver sin que me molesten.”
Rodaje La defensa del dragón
Rodaje La defensa del dragón
Rodaje La defensa del dragón
Pero terminar de grabar no significa que el trabajo esté terminado. Cuando Clare y Nicolás se sentaron a editar empezó un proceso titánico: ¿qué sacar?¿Qué dejar? Editar se convirtió, para ellos, en el momento de realmente pulir y definir lo que deseaban contar. No podían decirlo todo y cada imagen debía estar justificada y tener sentido dentro de la estructura. La voz en off que decidieron incluir también implicaba un reto enorme: ¿cómo narrar?, ¿cuál tono usar?, ¿debía ser en inglés o en español? Para Natalia, que tenía un guion y que grabó en base a él, el proceso de edición no fue, por eso, más fácil, “cuando montamos el primer corte, lo vi y me senté a llorar. Fueron dos meses junto a Juan Soto, mi editor, montamos igualito al guion y vimos que no funcionaba, una cosa es lo que funciona en el papel, otra en la imagen.”
Estrenar
Clare y Nicolás afrontaban un reto enorme, estaban por estrenar un documental al que le habían apostado todo y dedicado años de intenso trabajo. Sabían que la recepción del documental en Colombia es baja, no somos un público acostumbrado a ese género. Si algo habían aprendido en este largo proceso era a tocar puertas y, lo cierto, es que fueron muchas las que se les habían abierto, sin duda, la clave del éxito que vendría después estuvo en una adecuada comercialización y promoción de la película, donde, como siempre, el azar juega un papel importante, que ocurra un evento inesperado durante esos días, una manifestación, por ejemplo, o que haya otro evento simultaneo que arrastre mucho público, incluso el clima, puede afectar los resultados de la taquilla y condenar a una película a pasar pocos días en cartelera, la peor perspectiva. Amazona se estrenó con éxito en el 2017 durante el Festival de Cine de Cartagena, al que asistieron con Val y Noa, su hija, y ganaron el Premio del público. Meses después llegaron a salas comerciales no sin antes hacer una intensa campaña de promoción y expectativa a la que sumaron funciones en las que estuvieron presentes junto a Val. El proceso le dio gran notoriedad a ella, “la convirtió en una suerte de rockstar” diría Clare entre risas, lo que le permitió incluso que el libro que escribió sobre el largo viaje que hizo por el río Putumayo fuera editado, en esos días, por la editorial Planeta.
Una combinación de factores unidos a una historia universal, la relación madre e hija, consiguió lo que parecía imposible, no solo aparecieron varios artículos sobre la película en diferentes medios sino que, además, se mantuvo varias semanas en cartelera y consiguó llevar a salas un número considerable de espectadores. A esto se sumó un recorrido afortunado por Festivales internacionales y la nominación a los Premios Goya como mejor película iberoamericana, lo que la mantuvo vigente durante más tiempo del esperado en cartelera. No son pocas las películas colombianas que, tras su estreno, no vuelven a ser mencionadas, no fue el caso de Amazona y esto es doblemente meritorio si se tiene en cuenta que se trata de un documental.
Si el lector lo piensa por un momento, tras el largo proceso de realización, edición y posproducción, falta aún la etapa de comercialización y si lo anterior es difícil y enfrenta a los realizadores a varios momentos de dudas e indecisiones este segundo no deja de ser igual de complicado e incierto y, por desgracia, es definitivo para que el producto final llegue al espectador. Natalia Santa hace un buen resumen de la complejidad de la situación en la actualidad “Lo que nos pasó a nosotros es que todo el proceso de distribución y ventas parecía un proceso ajeno a la película, lo enfrentamos con desconocimiento absoluto, no estás preparado para tratar tu película como un producto de mercado, es una obra, claro, pero también es un producto y lo quieres vender, esa es la realidad, uno se da cuenta de que tiene que tener un presupuesto para distribución y publicidad.” Con el producto finalizado los realizadores se enfrentan a las dificultades de comercialización y la inexistencia de políticas estatales que los ayuden. En los países donde se ha tomado en serio el cine, y me refiero a considerarlo como un producto cultural indispensable para la reflexión y generación de identidad de una nación, existen ayudas y estímulos más claros, pero aquí se afrentan no solo a numerosas dificultades, sino también a una suerte de divorcio con el espectador que no se siente, en su mayoría, motivado a ir a una sala de cine a ver una película colombiana.
“Desde la lectura el plan lector es una iniciativa muy bonita, está creada para crear lectores desde el colegio, leen tres o cuatro libros al año, eso está muy bien. Debería existir una política de creación de público desde la infancia. Si no se cultiva ese tipo de atención que se necesita para esa otra cinematografía, si no entrenas, eso va a seguir pasando, lo que pasa ahora es que cualquier película premiada afuera es sinónimo de aburrida aquí, toca entrenar esa mirada que es distinta al mainstream gringo, que está muy bien, pero es diferente. El plan lector da una gran ganancia, los libros escogidos pasan de ser ediciones de 1500 libros a 5000, algo así es fundamental para la creación de una industria y de una identidad. Todo esto tiene que ver mucho con que no se decide si el cine es un producto comercial o cultural, el cine es un producto mixto. La posición desde el gobierno es “no es culpa nuestra que ustedes hagan películas que no ve nadie, finánciense ustedes mismos, pero es que sí es un negocio. pero también es un producto cultural, eso ha evitado que hayan políticas estatales más claras, que haya una cuota colombiana en salas, que exista un mínimo de semanas en cartelera, un minímo de salas, eso deberíamos estar exigiendo todos”, comenta Natalia Santa resumiendo lo que piensan muchos de los realizadores colombianos sobre el tema. Retomando su caso, como lo hemos visto, su mayor expectativa era lograr estrenar, sabía que tenía una película sui generis que no interesaría a un gran público, no sólo su tema era particular, también la manera como había, junto a su equipo, decidido grabarla utilizando unos lentes antiguos, cámara fija (acercando este universo a las fotografías que lo inspiraron) secuencias largas: “quería que los espacios hablaran, quería que se sintiera muy claustrofóbica, usé planos medios, cortos o planos detalle, los personajes aparecen muy fijos siempre, porque ellos tienen miedo del afuera”.
De manera sorpresiva uno de los curadores de la Quincena de los Realizadores de Cannes tuvo acceso a un corte de la película durante el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias. Le encantó. Se fue de Colombia con la promesa de mostrarlo a los otros nueve curadores de la sección a ver si de manera unánime lo escogían, así fue. Esta mirada única del centro de Bogotá, de bella y cuidadosa fotografía, este relato de hombres aferrados a un sitio en el que han construido una identidad que se desdibuja fuera de él, amantes del ajedrez y, en algunos casos, poseedores de un oficio en vía de extinción, como le sucede al relojero, tuvo, para sorpresa de Natalia y de su equipo, su estreno mundial en Cannes. Natalia se convirtió en la primera directora colombiana en conseguir presentarse en esta sección de Cannes, el reconocimiento le dió una enorme visibilidad a la película y consiguió, como en el caso de Amazona, que se escribieran numerosos artículos y reseñas sobre ella. A algunos lectores les podrá, quizá, parecer menor que se escriba sobre una película, pero, les aseguro que trabajar intensamente por un producto que ni siquiera se comenta ni para bien, ni para mal, como le sucede a tantos, puede ser profundamente desalentador. Esta exposición, además, le permitió a Natalia asegurar presentación en salas comerciales del país y atraer más público del que hubiera podido esperarse para una producción tan atípica.
El segundo proyecto
Superada la primera prueba venía la gran pregunta: ¿empezar de nuevo?
Hacer el segundo proyecto significa muchas cosas, la más clara, es que ya se sabe que no será fácil. A su favor, tanto Amazona como La defensa del dragón, tenían haber superado las propias expectativas de sus realizadores, aunque eso, como dice Clare, es un arma de doble filo: “La vara había quedado alta y eso también intimida”. En los dos casos existía la sensación de haber aprendido de los errores del pasado y de estar preparados para empezar un segundo proceso. Para Clare y Nicolás la decisión ya no tenía vuelta atrás. Habían dejado todo para dedicarse exclusivamente al mundo audiovisual. Son una familia, ahora con dos hijas, que ha aprendido a trabajar junta. Para combinar de manera exitosa estas dos facetas han debido separar con claridad los roles y entender que la empresa productora que crearon para producir Amazona, Casatarántula, se maneja con reglas y límites claros y precisos diferentes a los que rigen el hogar.
Alis, segunda película de Clare y Nicolás
Alis, segunda película de Clare y Nicolás
Tras su primera exitosa experiencia no fueron pocos los que los buscaron para producir sus proyectos. En un momento concentraron sus fuerzas en hacerlo, produjeron Homo botanicus de Guillermo Quintero, que ha recibido críticas muy positivas, y el corto Limbo de Alex Fattal, otros proyectos se fueron o ellos los dejaron, pero no tardaron en descubrir que ese no era el camino, “en el proceso descubrimos que no queremos producir lo de otros, es mucho trabajo y no es muy agradecido. Además, por hacer lo de otros terminamos por no realizar lo nuestro.” En la actualidad realizan asesorías y se han dedicado exclusivamene al género documental. “Las asesorías han sido muy chéveres para los que nos buscan y para nosotros. Es como ir a un psicólogo, muchas veces uno no ve lo que no funciona en un proyecto, necesita alguien que lo ayude.” Sabían que querían realizar un segundo proyecto pero no es tan secillo definir qué hacer, es más, en casa tienen una carpeta repleta de ideas de posibles proyectos a realizar. En el 2016, Clare dictó unos talleres de documental en una Unidad De Protección Integral para jóvenes entre los 10 y los 18 años con riesgo de prostitucion y vivencia de calle. La experiencia intensa y retadora con las jóvenes que conoció se le convirtió en el germen de un proyecto. En el 2018 se acercaron de nuevo con un nuevo planteamiento y exploraron nuevas posibilidades, el resultado fue un proyecto con el que ganaron un estímulo del FDC ese año. Para Clare y Nicolás es claro que el tema femenino les interesa, la manera como las mujeres viven y afrontan ciertas situaciones. En este caso, aunque no fuera claro al inicio, es evidente que el tema del abandono, al igual que en Amazona está presente, pero ya no desde la mirada de Clare sino de una manera más general y, tristemente, más dura. A diferencia de lo que hicieron en Amazona aquí no les interesa grabar sin que el norte no esté muy definido, llevan meses trabajando el proyecto, cuestionándose la manera de narrar la historia de estas jóvenes que han sufrido tanto, pero sin vulnerarlas, ni revictimizarlas, con un arco narrativo claro que mantenga el interés del espectador. El reto los mantiene leyendo, investigando, con el convencimiento de que esta vez grabarán en un tiempo preciso y delimitado.
A Natalia la experiencia con la primera película la dejó, sin duda, con ganas de hacer una segunda. “Siento que en el cine y la literatura hay una gran pretensión intelectual que a mí no me hace falta, siento que haber quedado en la Quincena de los realizadores es una gran ironía, porque yo no soy una directora y ese es un lugar al que sueñan poder entrar directores.” Decir que no es directora puede parecer una equivocación, sobre todo, después de haber hecho una película, pero Natalia se refiere con eso al hecho de haberse formado como tal y estar convencida de que se tiene ese saber. Durante la conversación con ella, es claro que disfruta trabajar en el mundo audiovisual y que se acerca a él con la idea de explorar, experimentar, sin pretender decir o creer que se las sabe todas.
Aún hoy, a pesar de que ha pasado el tiempo, confiesa que se conmueve hasta las lágrimas cada vez que asiste a una proyección de la película y siente que consigue transmitir algo en un tiempo muy corto. Para ella es claro que su segundo proyecto va a ser algo completamente distinto, “en esta la cámara no va a estar quieta nunca” afirma. Si los protagonistas antes fueron hombres mayores aquí la historia gira en torno a una joven mujer de 20 años que está estudiando idiomas y que quiere irse de Bogotá, irse, sobre todo, a vivir lejos de su mamá. Este sueño de un lugar lejano que la salve de una relación difícil y le dé respuestas adquiere nombre propio el día que ve un documental sobre Malta y resuelve que ese lugar lejano será su próximo destino. Precisamente ese nombre, corto y sugestivo, Malta, será el nombre de este nuevo proyecto de Natalia. “La película surgió a partir de imágenes, las mejores ideas se me ocurren en la ducha, se me ocurren muchas cosas en ese momento. Precisamente una idea que tenía era esa de estar duchándose en un baño que no es el propio que me parece una experiencia magnífica porque en esos momentos uno espía la vida de otro”. A partir de esa imagen Natalia empezó a imaginarse a una chica que se despertaba seguido en espacios ajenos, que se levanta en casa distintas y claro, la pregunta es: ¿por qué una mujer quisiera estar levantándose en casas distintas?” ahí comencé a escribir la historia. Cuando ya la había terminado y empecé a organizarla para presentarla a premios, descubrí que había muchas cosas mías en la historia”, no es que antes no sucediera, como lo aclara rapidamente Natalia, aunque, los personajes de La defensa del dragón comparten con ella varios miedos e inseguridades, es muy difícil que no se cuele en los que creamos e ideamos lo que somos y hemos vivido aunque eso no sea evidente en un primier momento. “Quiero que sea una película luminosa, si La defensa del dragón fue una película en donde Bogotá se ve fría y lluviosa esta mostrará justamente esa otra Bogotá en donde hay mucha luz.” En 2016, Natalia Santa gana con Malta el FDC de guion y en el 2019 el de desarrollo, así que pronto, en agosto de este año, espera iniciar grabaciones. Enfrentarse a un set de grabación no deja de ser intimidante, pero ya sabe qué errores no quiere repetir. Tanto Natalia como Clare afrontan con optimismo y, claro, expectativa, la posibilidad de hacer una segunda película. No deja de ser impresionante la cantidad de tiempo que transcurre entre tener una idea y poder llevarla a cabo y las múltiples y dispendiosas etapas que deben pasar para llegar a su objetivo. En los dos casos, hay una conciencia clara sobre qué y cómo lo desean comunicar y un deseo por seguir explorando con técnicas y posibilidades diferentes para lograrlo. Ninguna tiene el conflicto armado o la violencia como tema central de su reflexión -aunque en el segundo proyecto de Clare aparece la violencia que puede vivirse en las calles de la ciudad- el interés de estas directoras parece centrarse en acercarse a la condición humana, la manera como tomamos y asumimos ciertas decisiones y los costos que ésto conlleva y, curiosamente, el abandono también se hace presente en las historias que tratan. De una u otra manera, sus miradas se centran en seres que lo han padecido o lo infligen quizás, como dice Nicolás Van Hemelryck, “todos de una u otra manera hemos abandonado a alguien o hemos sido abandonados.”
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CLARE WEISKOPF Y NATALIA SANTA: DOS DIRECTORAS COLOMBIANAS FORJANDO UN CAMINO PROPIO
En la región Andina, Diana Ospina Obando destaca el trabajo de Clare Weiskopf y Natalia Santa. Se repasan sus procesos creativos, la construcción de una primera obra y los desafíos encontrados para pasar a la segunda.
En agosto de 2017, me atrevo a decir que por primera vez en nuestra historia cinematográfica, se estrenaron cuatro películas dirigidas por mujeres en salas de cine comercial, entre ellas estaban Amazona, un documental codirigido por Clare Weiskopf, y La defensa del dragón de Natalia Santa. Clare y Natalia, radicadas en Bogotá, se encuentran, en la actualidad, en el proceso de realizar un segundo largometraje. Las dos se han enfrentado a las vicisitudes propias de los procesos creativos y a las dificultades que conlleva el oficio de cineasta en un país como Colombia, cada una lo ha hecho desde registros diferentes: Weiskopf en el documental, Santa en la ficción. Dialogar con ellas, revisar sus recorridos, permite reflexionar sobre diversos temas: el oficio, las intuiciones, la búsqueda de un estilo, las implicaciones de hacer una película en Colombia y el proceso de emprender el desafío de realizar una segunda.
Inicios
Es una pregunta habitual a las(os) creadoras(es) indagar por el momento en que sintieron el llamado, ¿cuándo y cómo descubrieron qué querían, en este caso, comunicar algo de una manera visual? Tanto Clare como Natalia mostraron interés por el cine desde temprana edad, aunque por razones diferentes. A los 16 años, Clare tuvo, por primera vez, la idea de que le gustaría hacer un documental sobre su mamá. No deja de ser sorprendente que la intuición sea tan precisa y clara, la adolescente intuía que la vida atípica de su madre inglesa podía ser material para una película. Efectivamente, Valerie, su madre, no dudó en separarse de su marido colombiano y de las comodidades que tenía junto a él y sus dos hijas para emprender una búsqueda personal, la misma que la llevaría, años después, a dejar a Clare y Diego, los dos producto de una segunda relación, para partir a recorrer el río Putumayo. “Sabía que era un gran personaje”, dice sin dudarlo Clare. De manera paralela, y no menos importante, está la presencia e influencia de Carolina, su medio hermana mayor, fallecida en la tragedia de Armero y quien se encontraba allí, justamente, para realizar un documental, “sin duda la admiración que yo sentía por esa hermana mayor que estudiaba cine, a la que no pude conocer tanto, me influenció.” El mundo audiovisual también se encontraba presente en la casa de Natalia gracias a su madre, Fabiola Carrillo, quien lleva muchos años escribiendo guiones para televisión. Si algo le gusta a Natalia, basta hablar unos minutos con ella para saberlo, son las historias, por eso no extraña que al graduarse del colegio sus intereses estuvieran por el lado de las artes, la literatura y el cine. Finalmente, escogió literatura, “fue el camino fácil” acepta ella, “me gustaba leer, escribía bien, me sentía cómoda en esa carrera mientras que el arte y, particularmente el cine, me generaban más inquietudes. Cuando me gradué la carrera existía en la Nacional, sabía que se presentaban muchos para muy pocos cupos, temerosa del fracaso ni me presenté. Pensé en hacerlo después.” Con esa idea en la cabeza se dedicó a la literatura y al graduarse trabajó en la editorial Alfaguara durante un tiempo, el suficiente para saber que los horarios de oficina y no poder disfrutar de las lecturas la agobiaba. Dejó todo para irse a Nueva York a buscarse, no se encontró, o eso cree, pero, ese tiempo allí, sí le permitió saber que seguir el camino de la academia, otra opción que indagó, tampoco era lo quería hacer. La trajo de vuelta a Colombia la proposición de su mamá de trabajar escribiendo una telenovela junto a ella. Dos años y doscientos capítulos después Natalia lo tenía claro: “Cuando terminé supe que lo que quería hacer en la vida era escribir para audiovisual.” Ese ha sido su oficio desde entonces. Clare, por su lado, cumplió 18 años en la mítica escuela de cine de San Antonio de los Baños, de allí partió a estudiar foto fija a Inglaterra. Cuando ya tenía todo listo para estudiar cine en Escocia decidió regresar, se sentía muy sola en Europa y no se sintió capaz de seguir allí. Decidió entonces estudiar comunicación social con énfasis en audiovisual en la Universidad Javeriana. Su formación e interés la llevaron a la televisión, donde trabajó durante casi 10 años. Ese tiempo, sin duda, lo aprovechó al máximo: fue asistente de dirección de uno de los programas periodísticos de mayor audiencia del país: Especiales Pirry; se llevó dos Premios Simón Bolívar a la casa; recorrió gran parte del país y exploró diversos temas: "Disfruté esa época en la televisión, aprendí muchas cosas, cómo investigar, cómo contar una historia, lo que no era chévere era la imposibilidad, por los tiempos de la T.V, de profundizar en los temas, la rapidez de la televisión no lo permite y, además, uno nunca es dueño de lo que hace al final".
Transición al mundo del cine
Tanto Clare como Natalia tuvieron claro en un momento que deseaban pasar de la televisión a la gran pantalla, transición que un lector desprevenido puede considerar sencilla pero que, en realidad, no lo es para nada. Son dos lenguajes distintos en los que se enfrentan retos muy diferentes. Curiosamente, una profunda similitud que tienen las dos -y que probablemente descubran cuando lean estas líneas- es que en sus procesos creativos han sido pieza fundamental sus respectivas parejas que, a su vez, tienen en común ser fotógrafos. Clare conoció a Nicolás Van Hemelryck gracias a Valerie, su madre. Nicolás, tras graduarse como arquitecto, había emprendido un viaje en bicicleta por América latina que lo llevó, después de muchos meses, al Amazonas, donde terminó conociendo a Val que es, valga decirlo, todo un personaje en Leticia. Como lo dice Clare en su documental, Val intuyó que ese hombre podría ser perfecto para su hija. No se equivocó. Durante los primeros meses de la relación, Clare expresó su deseo adolescente que no la había abandonado: hacer un documental sobre su mamá, para su sorpresa a Nicolás le pareció una gran idea, “Hagámoslo”, dijo sin titubear. Hacía ya un tiempo que él sentía que su destino no estaba únicamente en la arquitectura, llevaba un tiempo explorando con éxito su faceta de fotógrafo y siempre le había atraído la idea de hacer una película. En ese momento se puso en marcha un proyecto conjunto que lograría materializarse años después.
Natalia, por su parte, sabía que además de escribir para televisión, de materializar los proyectos de otros, quería realizar su propia obra. Muchos de sus amigos encontraron en la literatura, las novelas, cuentos o poesía, una manera de contar sus propias historias, Natalia sabía que lo suyo no estaba por ahí sino en lo audiovisual. Buscando realizar la transición de un lenguaje al otro, se lanzó a escribir un guion al que tituló Trece con el que ganó un estímulo para desarrollo del guion del Fondo de desarrollo cinematográfico (FDC). El asesor que le adjudicaron fue Rodrigo Moreno, director argentino de Réimon y Un mundo misterioso: “él fue súper duro conmigo en las criticas y cuando terminó el proceso con él supe que había encontrado un lugar de expresión.” Finalmente, este proyecto nunca se realizó, pero la experiencia no solo le sirvió para corroborar que eso era lo que quería hacer sino que, además, le abrió una puerta inesperada, “Rodrigo me dijo que por qué no la dirigía, yo no me sentía capaz pero él me animó porque me decía que la manera en la que escribo refleja una claridad visual muy grande”. La idea le quedó dando vueltas en la cabeza. Junto a su marido, Iván Herrera, un biólogo que descubrió en la fotografía su gran pasión, experimentaron con la realización de videos y cortos. Una serie de fotografías de Iván, quien también es ajedrecista, realizadas en el centro de la ciudad, fueron la inspiración para que Natalia se sentara a escribir un nuevo guion: La defensa del dragón. Natalia imaginó las historias tras los personajes que intuía podían moverse en esos espacios tan emblemáticos del centro (Club de ajedrez Lasker, La Normanda, entre otros) amenazados por el crecimiento y la modernización de la ciudad. Ganó de nuevo un estímulo para desarrollo del guion del FDC y la asesora de entonces, Ana Sanz Magallón, dictaminó lo mismo que Rodrigo Moreno en el pasado: “Deberías dirigir ese proyecto porque tú escribes como si fueras directora”. Que dos personas, conocedoras del oficio, se lo dijeran y ver que el guion en el que había trabajado a su regreso de Nueva York junto a su mamá había sido completamente modificado al ser llevado a la pantalla chica, “cambió tanto que ya no queríamos ni tener el crédito”, terminó por convencerla de dirigir su propia obra.
Por su lado, Clare y Nicolás habían tomado la decisión de realizar el ansiado documental, juntos encontraron la fuerza para soltarlo todo y lanzarse a la aventura. A diferencia de Natalia, ellos no tenían un guion, Clare llevaba muchos años haciendo televisión pero ignoraba cómo realizar una película. Tomaron una cámara y se fueron a grabar mientras iniciaron una investigación que les permitiera reconstruir la vida de Val. Al inicio la idea era centrarse en ella y en sus diversas aventuras, eso fue modificándose y abriendo paso a una indagación más personal sobre la relación de Clare con esa madre audaz y valiente que también se había ausentado en varios momentos claves de su vida. Tanto en el caso de Clare, como en el de Natalia, decidir realizar una película fue un salto al vacío hacia algo desconocido. Natalia sentía que no haber estudiado cine la ponía delante de un reto mayúsculo, no era para menos. Curiosamente, Clare, que sí había estudiado cine (había asistido a talleres y el enfasis de su carrera había sido ese) y que precisamente, gracias a eso, sabía que el lenguaje que le interesaba utilizar era el del documental, no es que sintiera por eso que sabía exactamente lo que quería hacer y cómo llevarlo a cabo. En los dos casos concuerdan en algo: no dimensionaban el reto enorme en el que se estaban metiendo, fue mejor así, de haberlo sabido quizás no se hubieran atrevido a dar ese paso.
Hacer una película
Clare inició un proceso no solo arduo de trabajo sino de sumergirse en su propia historia. Como es evidente en el documental, y, finalmente, en cualquier relación familiar, las cosas no son solo de una manera, uno puede admirar a su madre y no por eso no juzgarla o sentirse herida por sus decisiones. La fuerza de Amazona, lo que ha permitido, sin duda, que tanta gente conecte con esta historia particular, radica precisamente en la manera como logra presentar, sin juzgar, a Val, mientras hace evidentes los lazos de amor y dolor que nos unen a nuestros seres queridos. Sin duda, en todo este proceso, la presencia de Nicolás, el tercero en medio de esta relación y el que ayudaba a tomar distancia, fue decisiva. Al inicio, Clare y Nicolás hicieron unas primeras grabaciones y con ese material incipiente, en el que, sin embargo, ya era posible apreciar el potencial del personaje y de la historia que querían contar, iniciaron un crowdfunding. Superaron con creces la meta establecida y creyeron que con eso sería suficiente, en realidad era solo el inicio. No conocían realmente a nadie del medio, ni sabían por dónde empezar. Todo fue un aprendizaje, como lo explica Nicolás, que los llevó a postularse a diferentes estímulos y ayudas: “El proceso de hacer Amazona fue hacer una maestría del tema, gracias a los diferentes talleres en los que tuvimos la oportunidad de participar, descubrimos que el documental no es una verdad objetiva, hicimos conciencia, en ese sentido, de que no existe la realidad, nunca un documental es real, por ejemplo en Amazona, contar una vida de 80 años en una hora y media ya lo hace irreal. La realidad existe en la mirada del creador, ahí está la verdad y ahí está la subjetividad, que es lo valioso.” Durante ese tiempo, en el que investigaban, filmaban y buscaban financiación, perdieron un embarazo y llevaron a feliz término otro. Todo esto quedó registrado en el documental, contar la historia de Val terminó por transformarse también en la búsqueda de una hija por encontrar respuestas antes de convertirse ella misma en madre. Horas y horas de grabación debían, ahora, convertirse en una película. Ahí Clare y Nicolás descubrieron la importancia de rodearse de un buen equipo técnico: “el equipo de posproducción volvió algo hecho en casa en una película.” Ese fue un aprendizaje intenso y duro sobre cómo vender y promocionar un proyecto. Finalmente, la historia de esta madre tan alejada de los estereotipos que existen sobre la maternidad y que se pregunta abiertamente si el amor materno debe implicar sacrificarse, dejar atrás sus sueños propios, consiguió que en diferentes lugares se interesaran por el tema y apoyaran el desarrollo de la película.
No fue lo mismo para Natalia Santa y su universo masculino en el centro de Bogotá. Tras el estímulo obtenido para el desarrollo del guion, ganó en el 2014 un segundo, esta vez para desarrollarlo. Con ese dinero en el bolsillo sentía que tenía la tranquilidad para llevar a cabo el proyecto aunque eso no impidió que buscara ganar algún otro tipo de financiación, no sucedió: “Yo era una mujer colombiana, haciendo una película de hombres que no están muertos de hambre, ni son victimas del conflicto, sino una clase media, urbana, en un país lleno de conflictos que quieren escuchar afuera. En mi historia no hay drogas, ni maltrato físico, ni armas, además, soy una mujer directora y ni siquiera hablo de mujeres ni estoy denunciando nada. El caso es que la idea no se vendía, no la entendían ni les interesaba”. Difícil, escuchándola, no cuestionarse sobre lo que se espera, muchas veces, de una película colombiana o, peor aún, de lo que se cree debería ser una película dirigida por una mujer. Sin duda, lo que descolocó a muchos frente a este proyecto es que una mujer joven estuviera hablando de retratar un universo, no solo completamente masculino, sino, además, conformado por hombres mayores que pasan sus días en unos lugares del centro de la ciudad en donde han tejido sus relaciones más profundas. Hombres frágiles, vulnerables, que se han quedado estancados, que difícilmente afrontan los cambios y que, como Samuel, el protagonista, fuera del club de ajedrez donde se ha labrado una reputación y es querido, son considerados unos fracasados. Sin embargo, los rechazos no le quitaron impulso a Natalia, que conformó un equipo para realizar el rodaje, entre el que se encontraba su esposo, junto a Nicolás Ordoñez, en la dirección de fotografía. Decidieron que el gran triunfo sería lograr sacar adelante este proyecto, lograr hacer una película, y estrenarla en cine. Así, sin más expectativas, afrontaron el reto. Si para Clare y Nicolás la grabación fue un proceso, no diré que fluído, pero realizado de manera casera y que solo dependía de ellos dos. Natalia se enfrentó al reto de estar al frente de un equipo de grabación sin haberlo hecho nunca. Como guionista estaba acostumbrada a controlarlo todo y depender solo de ella en la creación de un universo, aquí, al contrario, debía dirigir un grupo de 30 personas. No era la única dificultad, los que habían estudiado cine no entendían su atrevimiento y miraban con recelo algunas de sus decisiones, al equipo técnico (encargados de los cables, la electricidad, etc.) le pesaba recibir órdenes de una mujer y tampoco la tomaban tan en serio. Clare piensa que hay muchas más mujeres haciendo documental, quizás porque se manejan equipos más pequeños a diferencia de la ficción “siento admiración por las que dirigen ficción porque creo que aún estamos en un mundo muy machista y es difícil lograr imponerse y ser respetada, sobre todo en equipos tan grandes donde hay tantos técnicos acostumbrados a ser dirigidos por hombres”. Efectivamente, Clare, en su paso por la televisión, sintió la misma discriminación que señaló Natalia. “Además” añadió Clare “ aún estamos muy en desventaja en relación a los sueldos. Esto no debería ser ya un tema, que tengamos que hablar de esto, que aún sea vigente preguntar si dirigir siendo hombre o mujer es diferente, el día que ya no haya paneles de mujeres en el cine, por ejemplo, ese será el día en que ya hayamos logrado una verdadera igualdad”. Aparte de esto, otro de los grandes retos que enfrentó Natalia fue el de dirigir actores, aunque tomó unos talleres para prepararse, no es lo mismo estar afrontando ese momento: “El primer día de rodaje se me fue la voz. Se acababa el día de grabación y yo apenas estaba entendiendo cómo se hacia todo. Durante la última semana de rodaje al fin entendí cómo hablarle a los actores, en esos días grabé escenas que me gustan, que puedo ver sin que me molesten.”
Rodaje La defensa del dragón
Rodaje La defensa del dragón
Rodaje La defensa del dragón
Pero terminar de grabar no significa que el trabajo esté terminado. Cuando Clare y Nicolás se sentaron a editar empezó un proceso titánico: ¿qué sacar?¿Qué dejar? Editar se convirtió, para ellos, en el momento de realmente pulir y definir lo que deseaban contar. No podían decirlo todo y cada imagen debía estar justificada y tener sentido dentro de la estructura. La voz en off que decidieron incluir también implicaba un reto enorme: ¿cómo narrar?, ¿cuál tono usar?, ¿debía ser en inglés o en español? Para Natalia, que tenía un guion y que grabó en base a él, el proceso de edición no fue, por eso, más fácil, “cuando montamos el primer corte, lo vi y me senté a llorar. Fueron dos meses junto a Juan Soto, mi editor, montamos igualito al guion y vimos que no funcionaba, una cosa es lo que funciona en el papel, otra en la imagen.”
Estrenar
Clare y Nicolás afrontaban un reto enorme, estaban por estrenar un documental al que le habían apostado todo y dedicado años de intenso trabajo. Sabían que la recepción del documental en Colombia es baja, no somos un público acostumbrado a ese género. Si algo habían aprendido en este largo proceso era a tocar puertas y, lo cierto, es que fueron muchas las que se les habían abierto, sin duda, la clave del éxito que vendría después estuvo en una adecuada comercialización y promoción de la película, donde, como siempre, el azar juega un papel importante, que ocurra un evento inesperado durante esos días, una manifestación, por ejemplo, o que haya otro evento simultaneo que arrastre mucho público, incluso el clima, puede afectar los resultados de la taquilla y condenar a una película a pasar pocos días en cartelera, la peor perspectiva. Amazona se estrenó con éxito en el 2017 durante el Festival de Cine de Cartagena, al que asistieron con Val y Noa, su hija, y ganaron el Premio del público. Meses después llegaron a salas comerciales no sin antes hacer una intensa campaña de promoción y expectativa a la que sumaron funciones en las que estuvieron presentes junto a Val. El proceso le dio gran notoriedad a ella, “la convirtió en una suerte de rockstar” diría Clare entre risas, lo que le permitió incluso que el libro que escribió sobre el largo viaje que hizo por el río Putumayo fuera editado, en esos días, por la editorial Planeta.
Una combinación de factores unidos a una historia universal, la relación madre e hija, consiguió lo que parecía imposible, no solo aparecieron varios artículos sobre la película en diferentes medios sino que, además, se mantuvo varias semanas en cartelera y consiguó llevar a salas un número considerable de espectadores. A esto se sumó un recorrido afortunado por Festivales internacionales y la nominación a los Premios Goya como mejor película iberoamericana, lo que la mantuvo vigente durante más tiempo del esperado en cartelera. No son pocas las películas colombianas que, tras su estreno, no vuelven a ser mencionadas, no fue el caso de Amazona y esto es doblemente meritorio si se tiene en cuenta que se trata de un documental.
Si el lector lo piensa por un momento, tras el largo proceso de realización, edición y posproducción, falta aún la etapa de comercialización y si lo anterior es difícil y enfrenta a los realizadores a varios momentos de dudas e indecisiones este segundo no deja de ser igual de complicado e incierto y, por desgracia, es definitivo para que el producto final llegue al espectador. Natalia Santa hace un buen resumen de la complejidad de la situación en la actualidad “Lo que nos pasó a nosotros es que todo el proceso de distribución y ventas parecía un proceso ajeno a la película, lo enfrentamos con desconocimiento absoluto, no estás preparado para tratar tu película como un producto de mercado, es una obra, claro, pero también es un producto y lo quieres vender, esa es la realidad, uno se da cuenta de que tiene que tener un presupuesto para distribución y publicidad.” Con el producto finalizado los realizadores se enfrentan a las dificultades de comercialización y la inexistencia de políticas estatales que los ayuden. En los países donde se ha tomado en serio el cine, y me refiero a considerarlo como un producto cultural indispensable para la reflexión y generación de identidad de una nación, existen ayudas y estímulos más claros, pero aquí se afrentan no solo a numerosas dificultades, sino también a una suerte de divorcio con el espectador que no se siente, en su mayoría, motivado a ir a una sala de cine a ver una película colombiana.
“Desde la lectura el plan lector es una iniciativa muy bonita, está creada para crear lectores desde el colegio, leen tres o cuatro libros al año, eso está muy bien. Debería existir una política de creación de público desde la infancia. Si no se cultiva ese tipo de atención que se necesita para esa otra cinematografía, si no entrenas, eso va a seguir pasando, lo que pasa ahora es que cualquier película premiada afuera es sinónimo de aburrida aquí, toca entrenar esa mirada que es distinta al mainstream gringo, que está muy bien, pero es diferente. El plan lector da una gran ganancia, los libros escogidos pasan de ser ediciones de 1500 libros a 5000, algo así es fundamental para la creación de una industria y de una identidad. Todo esto tiene que ver mucho con que no se decide si el cine es un producto comercial o cultural, el cine es un producto mixto. La posición desde el gobierno es “no es culpa nuestra que ustedes hagan películas que no ve nadie, finánciense ustedes mismos, pero es que sí es un negocio. pero también es un producto cultural, eso ha evitado que hayan políticas estatales más claras, que haya una cuota colombiana en salas, que exista un mínimo de semanas en cartelera, un minímo de salas, eso deberíamos estar exigiendo todos”, comenta Natalia Santa resumiendo lo que piensan muchos de los realizadores colombianos sobre el tema. Retomando su caso, como lo hemos visto, su mayor expectativa era lograr estrenar, sabía que tenía una película sui generis que no interesaría a un gran público, no sólo su tema era particular, también la manera como había, junto a su equipo, decidido grabarla utilizando unos lentes antiguos, cámara fija (acercando este universo a las fotografías que lo inspiraron) secuencias largas: “quería que los espacios hablaran, quería que se sintiera muy claustrofóbica, usé planos medios, cortos o planos detalle, los personajes aparecen muy fijos siempre, porque ellos tienen miedo del afuera”.
De manera sorpresiva uno de los curadores de la Quincena de los Realizadores de Cannes tuvo acceso a un corte de la película durante el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias. Le encantó. Se fue de Colombia con la promesa de mostrarlo a los otros nueve curadores de la sección a ver si de manera unánime lo escogían, así fue. Esta mirada única del centro de Bogotá, de bella y cuidadosa fotografía, este relato de hombres aferrados a un sitio en el que han construido una identidad que se desdibuja fuera de él, amantes del ajedrez y, en algunos casos, poseedores de un oficio en vía de extinción, como le sucede al relojero, tuvo, para sorpresa de Natalia y de su equipo, su estreno mundial en Cannes. Natalia se convirtió en la primera directora colombiana en conseguir presentarse en esta sección de Cannes, el reconocimiento le dió una enorme visibilidad a la película y consiguió, como en el caso de Amazona, que se escribieran numerosos artículos y reseñas sobre ella. A algunos lectores les podrá, quizá, parecer menor que se escriba sobre una película, pero, les aseguro que trabajar intensamente por un producto que ni siquiera se comenta ni para bien, ni para mal, como le sucede a tantos, puede ser profundamente desalentador. Esta exposición, además, le permitió a Natalia asegurar presentación en salas comerciales del país y atraer más público del que hubiera podido esperarse para una producción tan atípica.
El segundo proyecto
Superada la primera prueba venía la gran pregunta: ¿empezar de nuevo?
Hacer el segundo proyecto significa muchas cosas, la más clara, es que ya se sabe que no será fácil. A su favor, tanto Amazona como La defensa del dragón, tenían haber superado las propias expectativas de sus realizadores, aunque eso, como dice Clare, es un arma de doble filo: “La vara había quedado alta y eso también intimida”. En los dos casos existía la sensación de haber aprendido de los errores del pasado y de estar preparados para empezar un segundo proceso. Para Clare y Nicolás la decisión ya no tenía vuelta atrás. Habían dejado todo para dedicarse exclusivamente al mundo audiovisual. Son una familia, ahora con dos hijas, que ha aprendido a trabajar junta. Para combinar de manera exitosa estas dos facetas han debido separar con claridad los roles y entender que la empresa productora que crearon para producir Amazona, Casatarántula, se maneja con reglas y límites claros y precisos diferentes a los que rigen el hogar.
Alis, segunda película de Clare y Nicolás
Alis, segunda película de Clare y Nicolás
Tras su primera exitosa experiencia no fueron pocos los que los buscaron para producir sus proyectos. En un momento concentraron sus fuerzas en hacerlo, produjeron Homo botanicus de Guillermo Quintero, que ha recibido críticas muy positivas, y el corto Limbo de Alex Fattal, otros proyectos se fueron o ellos los dejaron, pero no tardaron en descubrir que ese no era el camino, “en el proceso descubrimos que no queremos producir lo de otros, es mucho trabajo y no es muy agradecido. Además, por hacer lo de otros terminamos por no realizar lo nuestro.” En la actualidad realizan asesorías y se han dedicado exclusivamene al género documental. “Las asesorías han sido muy chéveres para los que nos buscan y para nosotros. Es como ir a un psicólogo, muchas veces uno no ve lo que no funciona en un proyecto, necesita alguien que lo ayude.” Sabían que querían realizar un segundo proyecto pero no es tan secillo definir qué hacer, es más, en casa tienen una carpeta repleta de ideas de posibles proyectos a realizar. En el 2016, Clare dictó unos talleres de documental en una Unidad De Protección Integral para jóvenes entre los 10 y los 18 años con riesgo de prostitucion y vivencia de calle. La experiencia intensa y retadora con las jóvenes que conoció se le convirtió en el germen de un proyecto. En el 2018 se acercaron de nuevo con un nuevo planteamiento y exploraron nuevas posibilidades, el resultado fue un proyecto con el que ganaron un estímulo del FDC ese año. Para Clare y Nicolás es claro que el tema femenino les interesa, la manera como las mujeres viven y afrontan ciertas situaciones. En este caso, aunque no fuera claro al inicio, es evidente que el tema del abandono, al igual que en Amazona está presente, pero ya no desde la mirada de Clare sino de una manera más general y, tristemente, más dura. A diferencia de lo que hicieron en Amazona aquí no les interesa grabar sin que el norte no esté muy definido, llevan meses trabajando el proyecto, cuestionándose la manera de narrar la historia de estas jóvenes que han sufrido tanto, pero sin vulnerarlas, ni revictimizarlas, con un arco narrativo claro que mantenga el interés del espectador. El reto los mantiene leyendo, investigando, con el convencimiento de que esta vez grabarán en un tiempo preciso y delimitado.
A Natalia la experiencia con la primera película la dejó, sin duda, con ganas de hacer una segunda. “Siento que en el cine y la literatura hay una gran pretensión intelectual que a mí no me hace falta, siento que haber quedado en la Quincena de los realizadores es una gran ironía, porque yo no soy una directora y ese es un lugar al que sueñan poder entrar directores.” Decir que no es directora puede parecer una equivocación, sobre todo, después de haber hecho una película, pero Natalia se refiere con eso al hecho de haberse formado como tal y estar convencida de que se tiene ese saber. Durante la conversación con ella, es claro que disfruta trabajar en el mundo audiovisual y que se acerca a él con la idea de explorar, experimentar, sin pretender decir o creer que se las sabe todas.
Aún hoy, a pesar de que ha pasado el tiempo, confiesa que se conmueve hasta las lágrimas cada vez que asiste a una proyección de la película y siente que consigue transmitir algo en un tiempo muy corto. Para ella es claro que su segundo proyecto va a ser algo completamente distinto, “en esta la cámara no va a estar quieta nunca” afirma. Si los protagonistas antes fueron hombres mayores aquí la historia gira en torno a una joven mujer de 20 años que está estudiando idiomas y que quiere irse de Bogotá, irse, sobre todo, a vivir lejos de su mamá. Este sueño de un lugar lejano que la salve de una relación difícil y le dé respuestas adquiere nombre propio el día que ve un documental sobre Malta y resuelve que ese lugar lejano será su próximo destino. Precisamente ese nombre, corto y sugestivo, Malta, será el nombre de este nuevo proyecto de Natalia. “La película surgió a partir de imágenes, las mejores ideas se me ocurren en la ducha, se me ocurren muchas cosas en ese momento. Precisamente una idea que tenía era esa de estar duchándose en un baño que no es el propio que me parece una experiencia magnífica porque en esos momentos uno espía la vida de otro”. A partir de esa imagen Natalia empezó a imaginarse a una chica que se despertaba seguido en espacios ajenos, que se levanta en casa distintas y claro, la pregunta es: ¿por qué una mujer quisiera estar levantándose en casas distintas?” ahí comencé a escribir la historia. Cuando ya la había terminado y empecé a organizarla para presentarla a premios, descubrí que había muchas cosas mías en la historia”, no es que antes no sucediera, como lo aclara rapidamente Natalia, aunque, los personajes de La defensa del dragón comparten con ella varios miedos e inseguridades, es muy difícil que no se cuele en los que creamos e ideamos lo que somos y hemos vivido aunque eso no sea evidente en un primier momento. “Quiero que sea una película luminosa, si La defensa del dragón fue una película en donde Bogotá se ve fría y lluviosa esta mostrará justamente esa otra Bogotá en donde hay mucha luz.” En 2016, Natalia Santa gana con Malta el FDC de guion y en el 2019 el de desarrollo, así que pronto, en agosto de este año, espera iniciar grabaciones. Enfrentarse a un set de grabación no deja de ser intimidante, pero ya sabe qué errores no quiere repetir. Tanto Natalia como Clare afrontan con optimismo y, claro, expectativa, la posibilidad de hacer una segunda película. No deja de ser impresionante la cantidad de tiempo que transcurre entre tener una idea y poder llevarla a cabo y las múltiples y dispendiosas etapas que deben pasar para llegar a su objetivo. En los dos casos, hay una conciencia clara sobre qué y cómo lo desean comunicar y un deseo por seguir explorando con técnicas y posibilidades diferentes para lograrlo. Ninguna tiene el conflicto armado o la violencia como tema central de su reflexión -aunque en el segundo proyecto de Clare aparece la violencia que puede vivirse en las calles de la ciudad- el interés de estas directoras parece centrarse en acercarse a la condición humana, la manera como tomamos y asumimos ciertas decisiones y los costos que ésto conlleva y, curiosamente, el abandono también se hace presente en las historias que tratan. De una u otra manera, sus miradas se centran en seres que lo han padecido o lo infligen quizás, como dice Nicolás Van Hemelryck, “todos de una u otra manera hemos abandonado a alguien o hemos sido abandonados.”
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