Este texto, escrito originalmente para el Fondo para el Desarrollo Cinematográfico, fue compartido por su autor, con quien estamos profundamente agradecidos. Aquí se pueden rastrear los diferentes rumbos que tiene una película al hacerse. Es un material precioso porque da cuenta de las ideas y su alcance al transformarse en imágenes y sonidos.
Nota del director
Homo Botanicus es una película que nace a partir mi reflexión sobre el oficio del botánico actual: esos coleccionistas de la naturaleza, exploradores modernos que, gracias a sus obsesiones románticas, nos evocan a expedicionarios de siglos pasados. Yo pude ser uno de ellos, por allá en el 2001, cuando me encontraba a medio camino de convertirme en biólogo. A partir de ahí comencé, sin saberlo, a construir este documental. Pensé en algún momento seguir los pasos de Julio y ser, de alguna manera, un Cristian apasionado por las orquídeas. Mi negativa a ese camino me ha moldeado y me ha llevado a explorar de nuevo ese mundo desde otro ángulo. Por ello, esta es una película que se construye a partir de la relación de sus dos personajes, desde un punto de vista más reflexivo y distanciado, el mío, sobre lo que representa la relación entre Julio y Cristian y esa pasión, que les es común, de recolectar plantas en un bosque, procesarlas y llevarlas al herbario. Esta es la historia de dos hombres, de su encuentro gracias a esa vocación visceral, de uno que guía y otro que quiere aprenderlo todo sin concesiones. Esta vocación tiene mucho de romántico y de anacrónico. El retrato de estos dos hombres podría perfectamente venir de algún grabado de la época de los naturalistas alemanes. ¿Quién imagina hoy en día que exista tal amor por la clasificación y colecta de las plantas? Gracias a la ventana que nos abre esta dupla improbable, quiero mostrar ese mundo que aún existe hoy a pesar de todos los avances científicos y tecnológicos. Sin duda alguna, Julio y Cristian se convertirán en personajes entrañables para todos aquellos que los sigan a través del documental. Pero, la historia de este encuentro nos lleva también a una historia más universal que nos muestra la belleza de nuestra riqueza natural, de la grandeza del trópico, de la vastedad de sus formas. Una belleza que desde hace siglos continúa desatando la obsesión de aprehensión y comprensión por parte del hombre. Estamos entonces frente a una película que nos habla de la devoción: del alumno frente a su profesor, de los botánicos hacia la Naturaleza, de Julio y Cristian frente a sus especies preferidas, del hombre frente a la ciencia. Pero también una película que juega con el contraste de varias escalas: la selva y el hombre, el bosque y el herbario, la planta viva y el espécimen seco, la Naturaleza y su representación, la certeza y la duda. Estos contrastes no crean en sí ninguna forma de conflicto en la película sino que se confunden en una suerte de dilución, serenidad y alegría. Dentro de la estructura narrativa de la película se van desvelando poco a poco estas devociones y contrastes. El recorrido de la película se basa en el camino que yo he realizado a lo largo de los últimos 15 años: de la posibilidad de ser un botánico convencido y tener un gran maestro, pasar a abjurar de la ciencia y de su rigurosidad, para llegar finalmente a poder entender desde otra perspectiva el trabajo del botánico, y sentir una nueva forma de encanto. Mi voz en off, mi reflexión, guiará así la narrativa del documental, pasando del escepticismo y la sorpresa a una cierta simpatía, a un humor afectuoso hasta llegar a una admiración entrañable. Así, en la primera parte del documental veremos a los personajes haciendo sus extrañas labores en medio del bosque despertando un sentimiento de sorpresa ¿de dónde salieron estos personajes?, ¿qué hacen?, ¿cuál es el fin de su obsesión por la colecta?, ¿tiene sentido lo que hacen? A medida que avanza la película iremos descubriendo más sobre el oficio de Julio y Cristian, sobre su relación y sus propias historias de vida. Se va desvelando su dimensión humana. Se descubre el viaje que cada uno ha realizado para llegar allí. Cristian desde su Tunja natal, Julio desde su añorado San Antonio de Prado en Antioquía. Descubrimos los momentos clave en los que se enamoraron de las orquídeas y de las bromelias respectivamente, sus recorridos personales y profesionales, el encuentro de los dos, el desarrollo de su relación como profesor y alumno, como amigos, etc.
La imagen
Ante la voluntad de crear una sensación permanente de diversidad desbordante, la Naturaleza se percibe como un personaje principal al mismo nivel que Julio y Cristian. Se trata de un personaje impasible, pero al mismo tiempo envolvente y en movimiento perpetuo, siempre presente ante las miradas de nuestros botánicos. El tratamiento de la imagen en la película se orienta hacia el objetivo de encarnar este sentimiento. Se realiza entonces una constante oposición y comparación de ésta con el hombre. Así, en medio de su exuberancia nos topamos siempre con nuestros botánicos y aprendices que se pierden, rodeados de ese verdor inconmensurable, por los bosques, siempre atentos, observando, midiendo y describiendo las miles de estructuras que se encuentran a su paso. Por momentos, esta oposición entre la infinidad aparente de la selva con las figuras casi cómicas toma una forma divertida y absurda: es la imagen del mismo hombre científico que busca entender, ordenar y explicar la realidad del planeta, acaso como la célebre imagen de Arquímedes que busca cómo contar los granos de arena de la playa, o la de don Quijote luchando con gigantes disfrazados de molinos de viento. Este contrapunteo se realiza, gracias a la alternancia, por un lado, de planos en donde la Naturaleza reina y engloba a nuestros personajes con, por otro lado, planos medios o cerrados en los que la técnica y la actividad se presenta como el elemento principal. En lo macro: planos largos dentro de la selva húmeda enmarcando a Julio y a Cristian que se alejan lentamente, planos generales en el filo de una montaña del páramo mientras observan una planta, paneos horizontales y verticales que van desde un marco verde hasta llegar a ellos, planos fijos en medio del bosque en los que los vemos desfilar de un lado al otro del cuadro, etc. En lo micro, las imágenes se enfocan en mostrar las flores, las texturas de las hojas, las formas adaptativas extrañas a través de las miradas de ellos: planos cerrados fijos de sus pequeñas lupas observando un pistilo, olfateando una hoja para determinar a qué grupo pertenece, observando atentamente la venación de las hojas, midiendo el diámetro de un tallo de una palma, etc. Se les ve así en plano cerrado las manos, sus rostros, la gran barba de Cristian, las arrugas nacientes de Julio, todo ello con el fin de acentuar su presencia en ese espacio vasto que es la Naturaleza. La dificultad que representa esta constante oposición consiste en poder lograr en una misma puesta en escena las imágenes macro y micro para que en la edición no haya problemas de continuidad, de tal forma que la planta mostrada en el plano micro corresponda también a la del plano macro. Por ello, será necesario organizar muy bien el cambio de distancia de la cámara corriendo el riesgo de que se pierda algún detalle o el hilo de la acción.
Por otro lado, nuestros expedicionarios son bastante impredecibles a la hora de caminar entre el bosque: se mueven rápidamente para subir a un árbol, se detienen en medio del camino cuando la cámara no lo espera, etc. Su recorrido en el bosque es bastante irregular, y cuando menos se espera van a la derecha cuando la cámara esperaba que fueran a la izquierda. Este problema representa un reto para la puesta en escena, exige mucha anticipación y diálogo con los personajes. Cabe resaltar que en algunas de estas imágenes la cámara se muestra atenta a los diálogos de nuestro dúo para ilustrar estas actividades desde sus puntos de vista y de sus propios caracteres.Diálogos que por momentos pueden ilustrar uno de los procesos, pero también que pueden mostrar los constantes retos de Julio hacia Cristian con el fin de enseñarle algo. Y, por supuesto, la cámara se dejará también llevar por sus digresiones cuando se filtren elementos más personales o referencias a sus vidas, por sus recurrentes chistes o puyas entre el uno y el otro. Estos momentos funcionan como puntos de enlace con otras secuencias que nos hablan más de su intimidad. De esta manera, al mismo tiempo que descubrimos su oficio, se van construyendo los personajes. La construcción se da en un ir y venir entre los rasgos del oficio y los rasgos de Julio y Cristian. Asimismo, las imágenes que muestran los momentos de ocio y cotidianeidad fuera del trabajo de Julio y Cristian son un recurso narrativo fundamental para construir su relación en la película: sus constantes diálogos en el jeep de Julio camino a algún lugar, en el mercado de plantas de Paloquemao, tomando un baño en el río en plena sabana, tomando un ron durante la noche en uno de los campamentos, etc. Muchas de estas imágenes podrán ir acompañadas de sus voces en off reflexionando sobre ellos mismos, que también se utilizan para entender su relación: en una de ellas, por ejemplo, se les ve en el jeep en contraluz, de espaldas en un plano simétrico, a un lado Julio manejando y al otro Cristian viendo por la ventana. Atraviesan uno de los túneles que preceden la llegada al Pueblo de Santa María. Justo a la salida de uno de éstos, Cristian le grita a Julio: “Profe, profe, mire esa orquídea”. Julio frena y ambos observan a través del panorámico del jeep una planta que está fuera de cuadro. Ambos están de acuerdo en que es un epidendrum que no merece mucha atención. Sin embargo, Julio pregunta a Cristian si sabe cuál es la planta que está al lado. Cristian no lo sabe y entonces Julio lo reta: “comienza por c... piense en el Antiguo Testamento”. “Mmmm ni idea, c, c...” replica Cristian. Julio sigue “¡Cristian, c, o, antiguo testamento!”. Nada. La escena continúa hasta que Julio no puede más y le dice “Corintios, Cristian, es una Coriariaceae”. A lo que Cristian replica con desparpajo y burla “Ahhh sí señor, pero es que ¡Corintios es del Nuevo Testamento no del Viejo!”. Ambos ríen y el jeep continua para meterse en otro de los túneles. A las imágenes en plena expedición se unen otras imágenes de la serie de actividades ligadas a todo el proceso de colecta de plantas – fotografiarlas, prensarlas en el papel periódico, describirlas, pintarlas, numerarlas, alcoholizarlas, meterlas en el horno, fijarlas en los folios de cartulina blanca, entrarlas al herbario – que a veces se realizan en pleno bosque, a veces en el laboratorio o en el herbario. La idea es aquí mostrar el detalle de cada uno de estos procesos con algunos planos que se enfocarán en el carácter manual de todos los gestos de Julio y Cristian, resaltando así la dimensión milenaria de este oficio que aún mantiene sus técnicas más antiguas. Un ejemplo de ello es la imagen de la prensada que consiste en coger la rama cortada, podarla de tal manera que pueda ser apresada entre una hoja de papel periódico y comprimirla con las manos. Al final de un día de colecta, las plantas prensadas pueden llegar a ser más de 30, todas ellas ordenadas perfectamente, dentro de sus hojas de periódico, en un montón perfectamente amarrado. En estas secuencias, la Naturaleza, nuestro tercer personaje presentado anteriormente, se encarna así en la planta que se transforma poco a poco, desde organismo viviente, hasta llegar a ese objeto casi artístico, inanimado, que entra al Herbario Nacional Colombiano. Es el ser vivo que ha pasado por la lupa del botánico. En algunos de estos procesos existen sin embargo imágenes que nos atan a nuestro presente. El uso de ciertos aparatos de medición o de observación delatan a nuestros botánicos y los sitúan en nuestro tiempo. Es el caso, por ejemplo, de las imágenes que se han obtenido de las disecciones de las flores de las plantas en el estereoscopio. Imágenes casi microscópicas de sus estructuras más variadas.
La puesta en escena es sencilla: Cristian o Julio observan las estructuras, dos cámaras registran lo que ocurre. Por un lado, nuestra cámara realiza planos fijos medios y macros del observador, de la flor observada bañada por la luz intensa del estereoscopio, de las anotaciones en el cuaderno. Por otro lado, la cámara incrustada al aparato filma lo que ellos observan: las estructuras magnificadas de las flores, sus partes, una a una apartadas, cuidadosamente medidas con una regla micrométrica, el polen, sus órganos sexuales, etc. Estas imágenes son muy poderosas como metáforas de esa observación y deseo de apropiación de la Naturaleza por parte del hombre. Junto a ellas, se percibe que Julio y Cristian están tratando de entender, literalmente, desde lo más pequeño hasta lo más complejo de nuestros bosques. El camino final de la colecta nos conduce al Herbario Nacional Colombiano. Todas las plantas colectadas terminan en sus anaqueles. “Es nuestro templo” dice Julio constantemente. Este espacio representa la concretización del trabajo científico del botánico. Acá se nos informa de las coordenadas de miles de plantas de Colombia, en dónde y cuándo fueron colectadas, sus características en el momento de la colecta, el botánico colector, etc. Es una suerte de archivo en donde los especímenes secos se apilan unos encima de los otros. Cada folio es, en cierta manera, la representación de su especie. El herbario ideal (soñado por los botánicos) es improbable, una quimera, tal como el célebre mapa, descrito por Jorge Luis Borges en su cuento El rigor de la Ciencia, que tenía el mismo tamaño del territorio del imperio que representaba. En términos de imagen, los folios se presentarán como si fueran libros de una vasta biblioteca que contiene todos los libros existentes, pasados y futuros, de la humanidad. El herbario será así semejante a la Biblioteca Nacional de Francia del corto de Alain Resnais Toda la Memoria del Mundo. Se usan para ello travelings y paneos que evoquen la fuerte analogía entre este espacio, una biblioteca, y la inmensidad del bosque. Estos planos se alternan con detalles de las etiquetas de los folios, con los nombres de las familias, de los especímenes más antiguos de la Expedición Botánica de la Nueva Granada (1783-1816), de los detalles de las texturas de las plantas secas, etc. En un momento se presentan series de planos fijos de los folios, que se suceden uno a otro, solos cada uno encima de una mesa de madera para crear una especie de hipnotismo y reforzar la idea de la obsesión de la colección: ¿son plantas colectadas u obras de un artista del collage? Representar así este espacio constituye un reto a nivel técnico.
Por momentos los planos fijos largos son suficientes para mostrar una idea. Sin embargo, los movimientos en traveling que se desean hacer representan una mayor dificultad, pues hay que conjugar la fluidez del dispositivo con los cambios de luz en el espacio. Por otra parte, ciertas imágenes experimentales funcionan como punto de transición en algunas partes de la película. Por momentos van acompañadas de una voz en off, mi voz, que reflexiona sobre alguno de las dimensiones poéticas y filosóficas de la vida de Julio y Cristian. Sin embargo, también podrán acompañar la voz de parte de las entrevistas de Julio y Cristian cuando realizan reflexiones sobre su oficio, cuando evocan algún momento de revelación o epifanía en sus carreras. Por ejemplo, cuando Julio evoca el momento en el que tuvo que decidirse por el estudio de una familia de plantas: cuenta entonces que, después de haberse encomendado a quién sabe qué dioses para iluminarse en su escogencia, y dedicarse a una meditación exhaustiva en una especie de arrebato místico, se le apareció de repente la imagen de una bromelia y supo desde entonces con certeza que dedicaría su vida a esa familia particular y no a otra. Una de estas imágenes, por ejemplo, consiste en un paneo vertical descendente muy lento en medio de un bosque de alta montaña en la noche. Se ve entonces una luz que entra y sale lentamente del cuadro, iluminando por momentos breves el ramaje de algunas plantas del bosque, creando una sensación onírica y poética muy fuerte. Otro ejemplo de este tipo de imágenes consiste en las tomas nocturnas en el pequeño invernadero del Instituto de Ciencias Naturales en donde se siembran algunas plantas que no van a ir al Herbario. En las imágenes se ven las plantas colgantes filmadas desde el exterior e iluminadas desde un plano de fondo, de tal manera que se crea un juego de sombras chinas en un constante movimiento suave. Se usarán dos tipos de imágenes de archivo: las variadas diapositivas que Julio ha tomado durante sus antiguas expediciones y algunos videos de archivo de botánicos en plena expedición. Las primeras se utilizan para evocar o construir un punto de la historia de Julio en sus 26 años de carrera, y pueden por momentos ir acompañados con su voz en off, o con la voz en off de Cristian cuando señala alguna característica que admira de su maestro. Los videos, en cambio, funcionan para realizar el paralelismo entre nuestros botánicos y los de antaño, reforzando así esa aura romántica mencionada anteriormente. Por ello, estamos en contacto con Wade Davis, autor del libro El Río y admirador del proyecto, quien nos ha guiado en la búsqueda del archivo audiovisual realizado en las expediciones de Richard Evan Schultes durante su paso por Colombia. Contamos además con la autorización del Museo de Historia Natural de Chicago para utilizar apartes de una película realizada en la expedición del botánico Julian Alfred Steyermark en Venezuela en 1953. Por último, se plantean dos tipos de entrevistas. Uno, con encuadre de plano medio, en algún espacio representativo como la casa de alguno de ellos, la oficina o el herbario, en donde se percibe claramente el personaje como un elemento más de esos espacios fundamentales. En ellas, cada uno nos contará sobre su camino hacia la botánica, sobre sus guías en ese camino, sus pasiones, y su percepción sobre la relación con el otro (Julio o Cristian según el caso). El segundo tipo, más una charla que una entrevista, en donde se les ve a los dos sentados en el piso a la luz de la vela en uno de los campamentos. En estas charlas se confrontan uno a otro sobre su propia visión de la botánica, de la Naturaleza, de sus creencias, etc.
Motivación
Guillermo Quintero, en el 2001, preparando su examen final para la clase del profesor Julio
Todos los estudiantes de semestres más avanzados hablaban de esa pequeña expedición como si se tratara de un evento que marcara definitivamente el camino de sus carreras. Se hablaba de algo sagrado, inevitable y crucial para conocer realmente el oficio de biólogo de campo. Mi turno fue por allá en abril del año 2001 y recuerdo aún esa excitación extraña que me invadió durante los días anteriores a la partida. Serían 10 días de aprendizaje y convivencia intensos, lo que me permitiría confrontarme a mi determinación de convertirme, en el futuro, en un botánico consagrado. Tomaríamos la carretera que por Boyacá baja a San Juan de Gaceno, una de las tantas puertas que da a los Llanos Orientales. Nos detendríamos en Santa María a 850 metros sobre el nivel del mar y ahí instalaríamos nuestro campamento. Un lugar propicio para explorar varios tipos de bosques de montaña, entre valles y estribaciones profundas de las faldas de la Cordillera Oriental. Durante los días de la expedición todo ocurría con cierta regularidad: los desayunos tempraneros y abundantes que nos preparaban para las jornadas de trabajo intenso, las salidas a pie o en camionetas hacia diversos lugares de la zona; en las noches, las largas revisiones bajo la luz de las velas de las decenas de plantas colectadas, noches bañadas con algunos tragos de ron para soportar ese ritmo intenso de la expedición. Todos los recuerdos de esa experiencia, incluso hoy, me despiertan una suerte de nostalgia casi calma y alegre de lo que pudo ser y que nunca llegó a cumplirse: ser un explorador, especialista y experto en las plantas más inesperadas, y partir en su búsqueda por todo el país junto a mis colegas y aprendices. Mi destino sería diferente. Terminé mis estudios en biología en el año 2004, abjurando un poco del método científico, al que para entonces ya consideraba como uno más entre las formas de explicar el mundo. Una tendencia constante al cuestionamiento y a la duda crecieron poco a poco en mí que terminó imponiéndose ante el camino de las certitudes científicas. Ya, en mis últimos años de la carrera hacía parte de los efectivos del grupo de “Biología Teórica”. Éramos unos pocos estudiantes, preocupados más sobre las maneras y métodos que empleaban las ciencias biológicas para determinar sus teorías que sobre la biología misma. Este grupo, algo underground, era liderado por un profesor excepcional que cambiaría para siempre mi manera de ver la ciencia. Me obstiné entonces a estudiar la filosofía de la ciencia para tratar estas nuevas preguntas que dominaban mis ideas. Pero antes de ello el destino me depararía mi primer encuentro con el mundo audiovisual: trabajé como consultor, realizador y presentador de unas notas de matemáticas en un programa de televisión educativo para niños de primaria llamado “Chinkanarama”. Con el tiempo, ya viviendo en París, esta deriva epistemológica me empujó aún más a explorar esa huella profunda que ya tenía grabada en mí desde mi periodo de joven aprendiz de botánica. Mis recuerdos, ligados a ese tiempo, evolucionaron y se impregnaron de nuevos colores. Comencé así a contarme una y otra vez mi propia historia imaginada: me veía a menudo vestido como un viejo explorador, al lado de botánicos célebres, soñaba con encarnar a Alexander Von Humboldt, a Aimé Bondpland... Y compensaba la ausencia de nuevas experiencias en los bosques con el relato repetido, alterado, de esas experiencias pasadas de estudiante de biología. En estos relatos, he visto siempre la imagen recurrente de un hombre, el profesor Julio Betancur, mi mentor y guía en ese camino. Me ocurre a menudo el pensar en él en las situaciones más diversas de mi cotidiano parisino: en medio de un trayecto de metro, durante mi café matutino, o en alguna que otra noche de rones y copas. Lo veo siempre rodeado por sus estudiantes, en medio de una selva o un bosque cualquiera, lleno de fuerza y magnetismo. En esta imagen lo seguimos siempre por trochas y caminos empinados, y de vez en cuando le mostramos alguna planta que pudiera impresionarlo y, de paso, verificar nuestras modestas hipótesis. Y en medio de ese respeto que le conferimos, se le ve, lleno de gestos cálidos de amistad y complicidad hacia sus estudiantes, algunas veces enmascarados con frases de burla que van y vienen. En esos momentos, en mis reflexiones, me sumerjo en esa idea clara y poderosa que evoca la relación entre el maestro y sus estudiantes, sus futuros aprendices, sus discípulos, y me invade una especie de epifanía sobre estos lazos, esenciales para la conservación del legado de la botánica. Y yo también puedo verme por momentos bajo su ala, crecer a su lado, y convertirme en ese botánico consagrado e imaginario que nunca existió. Hoy, esta historia que he contado durante años, que me he contado a mí mismo, es una historia que se debe transmitir mediante un lenguaje cinematográfico. Es una evidencia que ha madurado ahora, después de mis años de estudiante en biología, de estudiante en filosofía en Francia. Y más aún después de que mi destino me envolviera en el mundo de la imagen. Primero como simple cinéfilo, luego como programador de la asociación “El Perro que Ladra” y del festival de cine colombiano “Panorama de Cine Colombiano” en París, hasta llegar a trabajar como reportero en Francia. Así, hoy mi distancia crítica ante la botánica se ha afinado y se ha conjurado entonces la suma necesaria: el amor por las plantas que ha perdurado en mí, el deseo de entender la botánica desde un punto de vista más filosófico, la intención de revivir mis viejas épocas de estudiante, y el acercamiento al mundo del cine y el reporterismo. Por ello, actualmente, estoy plenamente convencido de que el trabajo de documentalista podría ser la respuesta a esa confluencia de mis variadas experiencias como biólogo, presentador de notas pedagógicas en televisión, licenciado en filosofía, reportero y promotor del cine. He encontrado ahora mi lugar junto a Julio y Cristian, cámara al hombro, para contar su historia.
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HOMO BOTANICUS. UNA PELÍCULA DE GUILLERMO QUINTERO
Este texto, escrito originalmente para el Fondo para el Desarrollo Cinematográfico, fue compartido por su autor, con quien estamos profundamente agradecidos. Aquí se pueden rastrear los diferentes rumbos que tiene una película al hacerse. Es un material precioso porque da cuenta de las ideas y su alcance al transformarse en imágenes y sonidos.
Nota del director
Homo Botanicus es una película que nace a partir mi reflexión sobre el oficio del botánico actual: esos coleccionistas de la naturaleza, exploradores modernos que, gracias a sus obsesiones románticas, nos evocan a expedicionarios de siglos pasados. Yo pude ser uno de ellos, por allá en el 2001, cuando me encontraba a medio camino de convertirme en biólogo. A partir de ahí comencé, sin saberlo, a construir este documental. Pensé en algún momento seguir los pasos de Julio y ser, de alguna manera, un Cristian apasionado por las orquídeas. Mi negativa a ese camino me ha moldeado y me ha llevado a explorar de nuevo ese mundo desde otro ángulo. Por ello, esta es una película que se construye a partir de la relación de sus dos personajes, desde un punto de vista más reflexivo y distanciado, el mío, sobre lo que representa la relación entre Julio y Cristian y esa pasión, que les es común, de recolectar plantas en un bosque, procesarlas y llevarlas al herbario. Esta es la historia de dos hombres, de su encuentro gracias a esa vocación visceral, de uno que guía y otro que quiere aprenderlo todo sin concesiones. Esta vocación tiene mucho de romántico y de anacrónico. El retrato de estos dos hombres podría perfectamente venir de algún grabado de la época de los naturalistas alemanes. ¿Quién imagina hoy en día que exista tal amor por la clasificación y colecta de las plantas? Gracias a la ventana que nos abre esta dupla improbable, quiero mostrar ese mundo que aún existe hoy a pesar de todos los avances científicos y tecnológicos. Sin duda alguna, Julio y Cristian se convertirán en personajes entrañables para todos aquellos que los sigan a través del documental. Pero, la historia de este encuentro nos lleva también a una historia más universal que nos muestra la belleza de nuestra riqueza natural, de la grandeza del trópico, de la vastedad de sus formas. Una belleza que desde hace siglos continúa desatando la obsesión de aprehensión y comprensión por parte del hombre. Estamos entonces frente a una película que nos habla de la devoción: del alumno frente a su profesor, de los botánicos hacia la Naturaleza, de Julio y Cristian frente a sus especies preferidas, del hombre frente a la ciencia. Pero también una película que juega con el contraste de varias escalas: la selva y el hombre, el bosque y el herbario, la planta viva y el espécimen seco, la Naturaleza y su representación, la certeza y la duda. Estos contrastes no crean en sí ninguna forma de conflicto en la película sino que se confunden en una suerte de dilución, serenidad y alegría. Dentro de la estructura narrativa de la película se van desvelando poco a poco estas devociones y contrastes. El recorrido de la película se basa en el camino que yo he realizado a lo largo de los últimos 15 años: de la posibilidad de ser un botánico convencido y tener un gran maestro, pasar a abjurar de la ciencia y de su rigurosidad, para llegar finalmente a poder entender desde otra perspectiva el trabajo del botánico, y sentir una nueva forma de encanto. Mi voz en off, mi reflexión, guiará así la narrativa del documental, pasando del escepticismo y la sorpresa a una cierta simpatía, a un humor afectuoso hasta llegar a una admiración entrañable. Así, en la primera parte del documental veremos a los personajes haciendo sus extrañas labores en medio del bosque despertando un sentimiento de sorpresa ¿de dónde salieron estos personajes?, ¿qué hacen?, ¿cuál es el fin de su obsesión por la colecta?, ¿tiene sentido lo que hacen? A medida que avanza la película iremos descubriendo más sobre el oficio de Julio y Cristian, sobre su relación y sus propias historias de vida. Se va desvelando su dimensión humana. Se descubre el viaje que cada uno ha realizado para llegar allí. Cristian desde su Tunja natal, Julio desde su añorado San Antonio de Prado en Antioquía. Descubrimos los momentos clave en los que se enamoraron de las orquídeas y de las bromelias respectivamente, sus recorridos personales y profesionales, el encuentro de los dos, el desarrollo de su relación como profesor y alumno, como amigos, etc.
La imagen
Ante la voluntad de crear una sensación permanente de diversidad desbordante, la Naturaleza se percibe como un personaje principal al mismo nivel que Julio y Cristian. Se trata de un personaje impasible, pero al mismo tiempo envolvente y en movimiento perpetuo, siempre presente ante las miradas de nuestros botánicos. El tratamiento de la imagen en la película se orienta hacia el objetivo de encarnar este sentimiento. Se realiza entonces una constante oposición y comparación de ésta con el hombre. Así, en medio de su exuberancia nos topamos siempre con nuestros botánicos y aprendices que se pierden, rodeados de ese verdor inconmensurable, por los bosques, siempre atentos, observando, midiendo y describiendo las miles de estructuras que se encuentran a su paso. Por momentos, esta oposición entre la infinidad aparente de la selva con las figuras casi cómicas toma una forma divertida y absurda: es la imagen del mismo hombre científico que busca entender, ordenar y explicar la realidad del planeta, acaso como la célebre imagen de Arquímedes que busca cómo contar los granos de arena de la playa, o la de don Quijote luchando con gigantes disfrazados de molinos de viento. Este contrapunteo se realiza, gracias a la alternancia, por un lado, de planos en donde la Naturaleza reina y engloba a nuestros personajes con, por otro lado, planos medios o cerrados en los que la técnica y la actividad se presenta como el elemento principal. En lo macro: planos largos dentro de la selva húmeda enmarcando a Julio y a Cristian que se alejan lentamente, planos generales en el filo de una montaña del páramo mientras observan una planta, paneos horizontales y verticales que van desde un marco verde hasta llegar a ellos, planos fijos en medio del bosque en los que los vemos desfilar de un lado al otro del cuadro, etc. En lo micro, las imágenes se enfocan en mostrar las flores, las texturas de las hojas, las formas adaptativas extrañas a través de las miradas de ellos: planos cerrados fijos de sus pequeñas lupas observando un pistilo, olfateando una hoja para determinar a qué grupo pertenece, observando atentamente la venación de las hojas, midiendo el diámetro de un tallo de una palma, etc. Se les ve así en plano cerrado las manos, sus rostros, la gran barba de Cristian, las arrugas nacientes de Julio, todo ello con el fin de acentuar su presencia en ese espacio vasto que es la Naturaleza. La dificultad que representa esta constante oposición consiste en poder lograr en una misma puesta en escena las imágenes macro y micro para que en la edición no haya problemas de continuidad, de tal forma que la planta mostrada en el plano micro corresponda también a la del plano macro. Por ello, será necesario organizar muy bien el cambio de distancia de la cámara corriendo el riesgo de que se pierda algún detalle o el hilo de la acción.
Por otro lado, nuestros expedicionarios son bastante impredecibles a la hora de caminar entre el bosque: se mueven rápidamente para subir a un árbol, se detienen en medio del camino cuando la cámara no lo espera, etc. Su recorrido en el bosque es bastante irregular, y cuando menos se espera van a la derecha cuando la cámara esperaba que fueran a la izquierda. Este problema representa un reto para la puesta en escena, exige mucha anticipación y diálogo con los personajes. Cabe resaltar que en algunas de estas imágenes la cámara se muestra atenta a los diálogos de nuestro dúo para ilustrar estas actividades desde sus puntos de vista y de sus propios caracteres.Diálogos que por momentos pueden ilustrar uno de los procesos, pero también que pueden mostrar los constantes retos de Julio hacia Cristian con el fin de enseñarle algo. Y, por supuesto, la cámara se dejará también llevar por sus digresiones cuando se filtren elementos más personales o referencias a sus vidas, por sus recurrentes chistes o puyas entre el uno y el otro. Estos momentos funcionan como puntos de enlace con otras secuencias que nos hablan más de su intimidad. De esta manera, al mismo tiempo que descubrimos su oficio, se van construyendo los personajes. La construcción se da en un ir y venir entre los rasgos del oficio y los rasgos de Julio y Cristian. Asimismo, las imágenes que muestran los momentos de ocio y cotidianeidad fuera del trabajo de Julio y Cristian son un recurso narrativo fundamental para construir su relación en la película: sus constantes diálogos en el jeep de Julio camino a algún lugar, en el mercado de plantas de Paloquemao, tomando un baño en el río en plena sabana, tomando un ron durante la noche en uno de los campamentos, etc. Muchas de estas imágenes podrán ir acompañadas de sus voces en off reflexionando sobre ellos mismos, que también se utilizan para entender su relación: en una de ellas, por ejemplo, se les ve en el jeep en contraluz, de espaldas en un plano simétrico, a un lado Julio manejando y al otro Cristian viendo por la ventana. Atraviesan uno de los túneles que preceden la llegada al Pueblo de Santa María. Justo a la salida de uno de éstos, Cristian le grita a Julio: “Profe, profe, mire esa orquídea”. Julio frena y ambos observan a través del panorámico del jeep una planta que está fuera de cuadro. Ambos están de acuerdo en que es un epidendrum que no merece mucha atención. Sin embargo, Julio pregunta a Cristian si sabe cuál es la planta que está al lado. Cristian no lo sabe y entonces Julio lo reta: “comienza por c... piense en el Antiguo Testamento”. “Mmmm ni idea, c, c...” replica Cristian. Julio sigue “¡Cristian, c, o, antiguo testamento!”. Nada. La escena continúa hasta que Julio no puede más y le dice “Corintios, Cristian, es una Coriariaceae”. A lo que Cristian replica con desparpajo y burla “Ahhh sí señor, pero es que ¡Corintios es del Nuevo Testamento no del Viejo!”. Ambos ríen y el jeep continua para meterse en otro de los túneles. A las imágenes en plena expedición se unen otras imágenes de la serie de actividades ligadas a todo el proceso de colecta de plantas – fotografiarlas, prensarlas en el papel periódico, describirlas, pintarlas, numerarlas, alcoholizarlas, meterlas en el horno, fijarlas en los folios de cartulina blanca, entrarlas al herbario – que a veces se realizan en pleno bosque, a veces en el laboratorio o en el herbario. La idea es aquí mostrar el detalle de cada uno de estos procesos con algunos planos que se enfocarán en el carácter manual de todos los gestos de Julio y Cristian, resaltando así la dimensión milenaria de este oficio que aún mantiene sus técnicas más antiguas. Un ejemplo de ello es la imagen de la prensada que consiste en coger la rama cortada, podarla de tal manera que pueda ser apresada entre una hoja de papel periódico y comprimirla con las manos. Al final de un día de colecta, las plantas prensadas pueden llegar a ser más de 30, todas ellas ordenadas perfectamente, dentro de sus hojas de periódico, en un montón perfectamente amarrado. En estas secuencias, la Naturaleza, nuestro tercer personaje presentado anteriormente, se encarna así en la planta que se transforma poco a poco, desde organismo viviente, hasta llegar a ese objeto casi artístico, inanimado, que entra al Herbario Nacional Colombiano. Es el ser vivo que ha pasado por la lupa del botánico. En algunos de estos procesos existen sin embargo imágenes que nos atan a nuestro presente. El uso de ciertos aparatos de medición o de observación delatan a nuestros botánicos y los sitúan en nuestro tiempo. Es el caso, por ejemplo, de las imágenes que se han obtenido de las disecciones de las flores de las plantas en el estereoscopio. Imágenes casi microscópicas de sus estructuras más variadas.
La puesta en escena es sencilla: Cristian o Julio observan las estructuras, dos cámaras registran lo que ocurre. Por un lado, nuestra cámara realiza planos fijos medios y macros del observador, de la flor observada bañada por la luz intensa del estereoscopio, de las anotaciones en el cuaderno. Por otro lado, la cámara incrustada al aparato filma lo que ellos observan: las estructuras magnificadas de las flores, sus partes, una a una apartadas, cuidadosamente medidas con una regla micrométrica, el polen, sus órganos sexuales, etc. Estas imágenes son muy poderosas como metáforas de esa observación y deseo de apropiación de la Naturaleza por parte del hombre. Junto a ellas, se percibe que Julio y Cristian están tratando de entender, literalmente, desde lo más pequeño hasta lo más complejo de nuestros bosques. El camino final de la colecta nos conduce al Herbario Nacional Colombiano. Todas las plantas colectadas terminan en sus anaqueles. “Es nuestro templo” dice Julio constantemente. Este espacio representa la concretización del trabajo científico del botánico. Acá se nos informa de las coordenadas de miles de plantas de Colombia, en dónde y cuándo fueron colectadas, sus características en el momento de la colecta, el botánico colector, etc. Es una suerte de archivo en donde los especímenes secos se apilan unos encima de los otros. Cada folio es, en cierta manera, la representación de su especie. El herbario ideal (soñado por los botánicos) es improbable, una quimera, tal como el célebre mapa, descrito por Jorge Luis Borges en su cuento El rigor de la Ciencia, que tenía el mismo tamaño del territorio del imperio que representaba. En términos de imagen, los folios se presentarán como si fueran libros de una vasta biblioteca que contiene todos los libros existentes, pasados y futuros, de la humanidad. El herbario será así semejante a la Biblioteca Nacional de Francia del corto de Alain Resnais Toda la Memoria del Mundo. Se usan para ello travelings y paneos que evoquen la fuerte analogía entre este espacio, una biblioteca, y la inmensidad del bosque. Estos planos se alternan con detalles de las etiquetas de los folios, con los nombres de las familias, de los especímenes más antiguos de la Expedición Botánica de la Nueva Granada (1783-1816), de los detalles de las texturas de las plantas secas, etc. En un momento se presentan series de planos fijos de los folios, que se suceden uno a otro, solos cada uno encima de una mesa de madera para crear una especie de hipnotismo y reforzar la idea de la obsesión de la colección: ¿son plantas colectadas u obras de un artista del collage? Representar así este espacio constituye un reto a nivel técnico.
Por momentos los planos fijos largos son suficientes para mostrar una idea. Sin embargo, los movimientos en traveling que se desean hacer representan una mayor dificultad, pues hay que conjugar la fluidez del dispositivo con los cambios de luz en el espacio. Por otra parte, ciertas imágenes experimentales funcionan como punto de transición en algunas partes de la película. Por momentos van acompañadas de una voz en off, mi voz, que reflexiona sobre alguno de las dimensiones poéticas y filosóficas de la vida de Julio y Cristian. Sin embargo, también podrán acompañar la voz de parte de las entrevistas de Julio y Cristian cuando realizan reflexiones sobre su oficio, cuando evocan algún momento de revelación o epifanía en sus carreras. Por ejemplo, cuando Julio evoca el momento en el que tuvo que decidirse por el estudio de una familia de plantas: cuenta entonces que, después de haberse encomendado a quién sabe qué dioses para iluminarse en su escogencia, y dedicarse a una meditación exhaustiva en una especie de arrebato místico, se le apareció de repente la imagen de una bromelia y supo desde entonces con certeza que dedicaría su vida a esa familia particular y no a otra. Una de estas imágenes, por ejemplo, consiste en un paneo vertical descendente muy lento en medio de un bosque de alta montaña en la noche. Se ve entonces una luz que entra y sale lentamente del cuadro, iluminando por momentos breves el ramaje de algunas plantas del bosque, creando una sensación onírica y poética muy fuerte. Otro ejemplo de este tipo de imágenes consiste en las tomas nocturnas en el pequeño invernadero del Instituto de Ciencias Naturales en donde se siembran algunas plantas que no van a ir al Herbario. En las imágenes se ven las plantas colgantes filmadas desde el exterior e iluminadas desde un plano de fondo, de tal manera que se crea un juego de sombras chinas en un constante movimiento suave. Se usarán dos tipos de imágenes de archivo: las variadas diapositivas que Julio ha tomado durante sus antiguas expediciones y algunos videos de archivo de botánicos en plena expedición. Las primeras se utilizan para evocar o construir un punto de la historia de Julio en sus 26 años de carrera, y pueden por momentos ir acompañados con su voz en off, o con la voz en off de Cristian cuando señala alguna característica que admira de su maestro. Los videos, en cambio, funcionan para realizar el paralelismo entre nuestros botánicos y los de antaño, reforzando así esa aura romántica mencionada anteriormente. Por ello, estamos en contacto con Wade Davis, autor del libro El Río y admirador del proyecto, quien nos ha guiado en la búsqueda del archivo audiovisual realizado en las expediciones de Richard Evan Schultes durante su paso por Colombia. Contamos además con la autorización del Museo de Historia Natural de Chicago para utilizar apartes de una película realizada en la expedición del botánico Julian Alfred Steyermark en Venezuela en 1953. Por último, se plantean dos tipos de entrevistas. Uno, con encuadre de plano medio, en algún espacio representativo como la casa de alguno de ellos, la oficina o el herbario, en donde se percibe claramente el personaje como un elemento más de esos espacios fundamentales. En ellas, cada uno nos contará sobre su camino hacia la botánica, sobre sus guías en ese camino, sus pasiones, y su percepción sobre la relación con el otro (Julio o Cristian según el caso). El segundo tipo, más una charla que una entrevista, en donde se les ve a los dos sentados en el piso a la luz de la vela en uno de los campamentos. En estas charlas se confrontan uno a otro sobre su propia visión de la botánica, de la Naturaleza, de sus creencias, etc.
Motivación
Guillermo Quintero, en el 2001, preparando su examen final para la clase del profesor Julio
Todos los estudiantes de semestres más avanzados hablaban de esa pequeña expedición como si se tratara de un evento que marcara definitivamente el camino de sus carreras. Se hablaba de algo sagrado, inevitable y crucial para conocer realmente el oficio de biólogo de campo. Mi turno fue por allá en abril del año 2001 y recuerdo aún esa excitación extraña que me invadió durante los días anteriores a la partida. Serían 10 días de aprendizaje y convivencia intensos, lo que me permitiría confrontarme a mi determinación de convertirme, en el futuro, en un botánico consagrado. Tomaríamos la carretera que por Boyacá baja a San Juan de Gaceno, una de las tantas puertas que da a los Llanos Orientales. Nos detendríamos en Santa María a 850 metros sobre el nivel del mar y ahí instalaríamos nuestro campamento. Un lugar propicio para explorar varios tipos de bosques de montaña, entre valles y estribaciones profundas de las faldas de la Cordillera Oriental. Durante los días de la expedición todo ocurría con cierta regularidad: los desayunos tempraneros y abundantes que nos preparaban para las jornadas de trabajo intenso, las salidas a pie o en camionetas hacia diversos lugares de la zona; en las noches, las largas revisiones bajo la luz de las velas de las decenas de plantas colectadas, noches bañadas con algunos tragos de ron para soportar ese ritmo intenso de la expedición. Todos los recuerdos de esa experiencia, incluso hoy, me despiertan una suerte de nostalgia casi calma y alegre de lo que pudo ser y que nunca llegó a cumplirse: ser un explorador, especialista y experto en las plantas más inesperadas, y partir en su búsqueda por todo el país junto a mis colegas y aprendices. Mi destino sería diferente. Terminé mis estudios en biología en el año 2004, abjurando un poco del método científico, al que para entonces ya consideraba como uno más entre las formas de explicar el mundo. Una tendencia constante al cuestionamiento y a la duda crecieron poco a poco en mí que terminó imponiéndose ante el camino de las certitudes científicas. Ya, en mis últimos años de la carrera hacía parte de los efectivos del grupo de “Biología Teórica”. Éramos unos pocos estudiantes, preocupados más sobre las maneras y métodos que empleaban las ciencias biológicas para determinar sus teorías que sobre la biología misma. Este grupo, algo underground, era liderado por un profesor excepcional que cambiaría para siempre mi manera de ver la ciencia. Me obstiné entonces a estudiar la filosofía de la ciencia para tratar estas nuevas preguntas que dominaban mis ideas. Pero antes de ello el destino me depararía mi primer encuentro con el mundo audiovisual: trabajé como consultor, realizador y presentador de unas notas de matemáticas en un programa de televisión educativo para niños de primaria llamado “Chinkanarama”. Con el tiempo, ya viviendo en París, esta deriva epistemológica me empujó aún más a explorar esa huella profunda que ya tenía grabada en mí desde mi periodo de joven aprendiz de botánica. Mis recuerdos, ligados a ese tiempo, evolucionaron y se impregnaron de nuevos colores. Comencé así a contarme una y otra vez mi propia historia imaginada: me veía a menudo vestido como un viejo explorador, al lado de botánicos célebres, soñaba con encarnar a Alexander Von Humboldt, a Aimé Bondpland... Y compensaba la ausencia de nuevas experiencias en los bosques con el relato repetido, alterado, de esas experiencias pasadas de estudiante de biología. En estos relatos, he visto siempre la imagen recurrente de un hombre, el profesor Julio Betancur, mi mentor y guía en ese camino. Me ocurre a menudo el pensar en él en las situaciones más diversas de mi cotidiano parisino: en medio de un trayecto de metro, durante mi café matutino, o en alguna que otra noche de rones y copas. Lo veo siempre rodeado por sus estudiantes, en medio de una selva o un bosque cualquiera, lleno de fuerza y magnetismo. En esta imagen lo seguimos siempre por trochas y caminos empinados, y de vez en cuando le mostramos alguna planta que pudiera impresionarlo y, de paso, verificar nuestras modestas hipótesis. Y en medio de ese respeto que le conferimos, se le ve, lleno de gestos cálidos de amistad y complicidad hacia sus estudiantes, algunas veces enmascarados con frases de burla que van y vienen. En esos momentos, en mis reflexiones, me sumerjo en esa idea clara y poderosa que evoca la relación entre el maestro y sus estudiantes, sus futuros aprendices, sus discípulos, y me invade una especie de epifanía sobre estos lazos, esenciales para la conservación del legado de la botánica. Y yo también puedo verme por momentos bajo su ala, crecer a su lado, y convertirme en ese botánico consagrado e imaginario que nunca existió. Hoy, esta historia que he contado durante años, que me he contado a mí mismo, es una historia que se debe transmitir mediante un lenguaje cinematográfico. Es una evidencia que ha madurado ahora, después de mis años de estudiante en biología, de estudiante en filosofía en Francia. Y más aún después de que mi destino me envolviera en el mundo de la imagen. Primero como simple cinéfilo, luego como programador de la asociación “El Perro que Ladra” y del festival de cine colombiano “Panorama de Cine Colombiano” en París, hasta llegar a trabajar como reportero en Francia. Así, hoy mi distancia crítica ante la botánica se ha afinado y se ha conjurado entonces la suma necesaria: el amor por las plantas que ha perdurado en mí, el deseo de entender la botánica desde un punto de vista más filosófico, la intención de revivir mis viejas épocas de estudiante, y el acercamiento al mundo del cine y el reporterismo. Por ello, actualmente, estoy plenamente convencido de que el trabajo de documentalista podría ser la respuesta a esa confluencia de mis variadas experiencias como biólogo, presentador de notas pedagógicas en televisión, licenciado en filosofía, reportero y promotor del cine. He encontrado ahora mi lugar junto a Julio y Cristian, cámara al hombro, para contar su historia.
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